¿Aguanta o se apaga?
(Por David Cufré*). – Los niveles de producción y consumo son superiores a los estimados para esta altura del año cuando se conoció el impacto de la sequía. El Gobierno logró incluso una relativa paz cambiaria, aunque se encuentra amenazada y depende del resultado de las negociaciones con el FMI. La inflación sigue haciendo estragos y marca el humor social.
A principios de año, cuando empezó a quedar en claro el impacto fenomenal de la sequía, y a fines de abril, cuando se desató la última corrida cambiaria por las peleas entre Sergio Massa y Antonio Aracre, las expectativas mayoritarias entre empresarios, economistas y hasta funcionarios para esta altura del año eran mucho peores de lo que ahora se verifica. Se anticipaba una fuerte desaceleración de la actividad y un clima mucho más turbulento para el dólar. La oposición directamente hablaba de un plan bomba y advertía que el mercado no renovaba la deuda más allá de 2023. Si bien la situación actual no es tranquila ni desahogada, el Gobierno llega a mitad de año en una posición más sólida y con la rueda de la economía que sigue girando.
La pregunta es hasta cuándo podrá sostener el crecimiento o si la recesión es inevitable. José de Mendiguren, secretario de Industria, vaticinó que el PIB terminará el año en positivo, lo que permitirá alcanzar una marca que no se consigue desde 2006, 2007 y 2008, de tres años consecutivos en expansión. El FMI y el Banco Mundial, en cambio, estiman una caída de 2 puntos para la economía, mientras consultores y bancos que responden la encuesta del Banco Central proyectan.
La negociación con el Fondo Monetario Internacional resulta clave en este escenario. Si el organismo libera fondos, permite utilizar una porción de esos recursos para contener el dólar y evitar que se amplíe la brecha con los dólares financieros, y flexibiliza la meta fiscal, entonces sí lo que proyecta De Mendiguren tiene mayores posibilidades de concretarse. En caso contrario, las chances parecen estar del lado de los pronósticos de los organismos y del mercado. Sin dólares frescos o con la exigencia de un ajuste recesivo, en medio de las tensiones de un año electoral, mientras se soportan los efectos de la sequía, el PIB seguramente pasará de azul a rojo.
El otro tema es la inflación, la pérdida de poder adquisitivo de sectores populares, de los jubilados que no reciben bonos y la erosión del salario, lo cual marca el humor social y la percepción sobre la marcha de la economía. El 78,9 por ciento asegura que la situación actual es negativa, contra el 15,9 por ciento que dice que es positiva, según el último sondeo nacional de Analogías de fines de mayo. Para el oficialismo y sus aspiraciones electorales, bajar la espuma de los precios sigue siendo la máxima prioridad.
La caída que no fue
De todos modos, peor sería que además de la alta inflación la economía estuviera en caída libre. Sostener el nivel de actividad mediante un abanico de políticas públicas -control de las importaciones, créditos subsidiados, administración de las divisas priorizando la producción, tarifas energéticas competitivas, entre otras- ha permitido que la ocupación siga creciendo y aumente la masa salarial, lo que ayudó a que no se desplome el consumo. Van 32 meses seguidos de suba del trabajo privado registrado y 34 meses de incremento del empleo industrial. No es un logro menor.
«La actividad manufacturera tocó en abril niveles máximos en 65 meses, con un aceptable nivel de utilización de la capacidad instalada del 68,9 por ciento en abril. En la misma línea, acompaña la construcción con tres de los últimos cuatro meses para arriba (+3,4 por ciento mensual en abril)», destaca el último informe de la Consultora Sarandí, que dirige Sergio Chouza.
«Algunos sectores están desvinculados de las fluctuaciones del ciclo económico. El mejor ejemplo son los hidrocarburos, que no dejan de romper records de actividad y empleo. En el primer cuatrimestre la producción de gas superó los 15.400 millones de m3, con una suba del 1,2 por ciento interanual, tocando máximos desde 2019. En igual período la extracción de petróleo crudo fue cercana a los 12 millones de m3, con un alza del 11,1 por ciento interanual y alcanzando el mayor nivel desde 2008», agrega el reporte.
«Otra industria que muestra una dinámica relativamente autónoma es la automotriz. La producción de vehículos promedia un crecimiento del 26,6 por ciento y presentó el parcial para los primeros cinco meses más elevados desde 2013. También marcan un buen desempeño la siderurgia, la metalmecánica vinculada a la construcción, la industria mueblera, y algunas economías regionales no afectadas por la sequía», completa.
Bomba que no explotó
En el plano financiero, un motivo de gran incertidumbre era si el Gobierno podría renovar los vencimientos de deuda en pesos o se encaminaría a un default o un reperfilamiento como el que dispuso Hernán Lacunza en el final del gobierno de Mauricio Macri. Juntos por el Cambio emitió una carta pública en febrero denunciando la existencia de un plan bomba. Una de las razones era que la actual administración supuestamente se estaba quedando sin acceso a crédito en el mercado local.
La sola publicación de esa carta por parte de la fuerza política que hizo el reperfilamiento agravó el cuadro, dado que instaló la idea de que JxC podría repetir la historia en caso de regresar al poder.
A pesar de las piedras en el camino, el Gobierno consiguió esta semana despejar las especulaciones del plan bomba. Lo hizo al consolidar el financiamiento para el Tesoro en 2023 y postergar a 2024 y 2025 la mayor parte de los vencimientos de deuda. El canje de títulos de la semana anterior y la colocación de bonos de esta semana permitieron aflojar uno de los elementos de presión que repercute en el mercado de cambios. Asumió un costo al aceptar tasas y condiciones más ventajosas para bancos, fondos comunes de inversión y aseguradoras, pero ganó en estabilidad antes del inicio de una caliente contienda electoral.
Por qué se sostuvo
«El nivel de actividad se explica por los componentes de la demanda agregada. Los salarios del sector privado no están perdiendo contra la inflación. El índice Ripte del Ministerio de Trabajo, que mide los sueldos de los trabajadores formales, dio 9,8 por ciento en marzo y abril, por arriba del IPC. Eso también se refleja en el nivel de consumo», analiza Hernán Letcher, titular del Centro de Economía Política Argentina (CEPA).
«Desde la renuncia de Guzmán en julio del año pasado, el nivel de actividad cayó solo 0,5 por ciento. Es decir que se sostuvo a pesar de la sequía. No comparto que sea solamente repudio al peso. Tenemos un debate en el CEPA con algunos compañeros que sostienen que hay una propensión al consumo elevada porque los pesos queman en el bolsillo. En parte es verdad, pero también hay que ver que el empleo sigue creciendo, el 90 por ciento de las solicitudes de importación se aprueban, las pymes están con trabajo, la rueda de la economía sigue girando. La dimensión principal sigue siendo si hay dólares o no, pero también es cierto que la administración de las divisas que hizo el equipo económico fue efectiva para no detener la actividad», completa Letcher.
«Ocurre que, a pesar de todos los obstáculos y restricciones para acceder a reservas para traer insumos, la mayor parte de las empresas encuentra alguna salida del laberinto. Ya sea usando dólares propios, comprando en el mercado financiero, obteniendo financiamiento o esperando los tiempos burocráticos, el sector privado tiene incentivos muy fuertes a no frenar la producción dado el vigor de la demanda», agrega Chouza.
«Parece precipitado pensar en un desplome de la economía de -4 por ciento como sostienen algunas consultoras. No solo los números de los primeros cinco meses del año se dan de bruces contra esa posibilidad, sino también la misma ‘inercia productiva’ que arrastra la economía», indica el economista.
La proyección de la Consultora Sarandí es que el PIB caerá 2 por ciento este año. Si así fuera, durante todo el gobierno de Alberto Fernández la economía habría registrado un crecimiento de 2,5 por ciento desde el nivel que dejó Macri. Si la economía cayera 4 puntos este año como anticipan los consultores más pesimistas, el PIB igualmente quedaría 0,4 puntos arriba de diciembre de 2019. Y si no cayera en 2023, la mejora en los cuatro años sería de 4,6 por ciento.
Economía partida
Mientras eso ocurre con el nivel de actividad, el reparto de las cargas en la sociedad es fuertemente regresivo. «Vemos una ‘Argentina partida’, donde el sistema de alta inflación impacta de manera asimétrica en los distintos bloques de la pirámide distributiva», apunta Chouza.
«Hay sectores de ingresos altos no asalariados con alta capacidad de cobertura ante la aceleración de precios, con un stock de ahorros. Hay trabajadores formales que sufren una erosión de su poder adquisitivo relativamente acotada, lo que afecta poco en sus decisiones de consumo. Y hay segmentos informales, desocupados y grupos vulnerables a quienes el proceso de alta inflación les erosiona fuertemente sus ingresos, que no ajustan a la misma velocidad», señala. Para colmo, «en general estos sectores acceden a canales de consumo en los que no rigen los programas oficiales de control de precios», remarca.
«En tiempo de descuento y sin poder político, no hay soluciones mágicas. La sequía fue la estocada final sobre una gestión cuyo activo era la recuperación productiva. Sostener el crecimiento es una misión casi imposible. Una ‘derrota digna’ que acote la caída del PIB a la zona del -0,5 a -2 por ciento no parece mal resultado…», concluye el analista.
*Publicado por Página12