La Argentina extraviada
(Por Narcelo Falak- LetraP). – Javier Milei, as de la política del meme, convirtió el más reciente viaje al país de la jefa del Comando Sur, Laura Richardson, en una ocasión para poner en escena su decisión de atar a la Argentina al carro de los Estados Unidos. Si el Presidente actúa así por ideología, no es por mera ideología que cabe hacerle reproches, sino por el desapego que su política exhibe respecto de la idea más elemental de interés nacional.
Ese dista de ser un pecado exclusivo de la actual administración. Entre la crisis permanente y el cierre del crédito internacional para el país, China supo hacer valer en los últimos años la influencia de sus yuanes, ya sea en forma de comercio como de inversión y hasta de préstamos; Rusia trató de explotar la chance de haber sido dueña de la primera vacuna durante la pandemia y, aunque no lo veamos, Estados Unidos, como el sol, siempre está.
El panperonismo, de Cristina Fernández de Kirchner al pronorteamericano Sergio Massa, le dio cabida al régimen de Pekín, con el que firmó una alianza estratégica y la adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Alberto Fernández, que fue parte crucial de esa política, dejó en Moscú una de las gaffes de política internacional más memorables de la historia reciente: Argentina, le dijo a Vladímir Putin cuando sólo faltaba que su colega le pusiera fecha a la invasión a Ucrania, «quiere ser la puerta de entrada de Rusia en América Latina».
Estados Unidos vuelve al «patio trasero»
Si buena parte de aquellas promesas fue vulnerada por el propio peronismo, ahora Estados Unidos directamente hace un camping en su «patio trasero». Milei, que encima le da la espalda a la Unasur como herramienta en pos de una «Sudamérica para los sudamericanos», condena al país a ser una hojita en un huracán de intereses ajenos.
La generala es la jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, cuya misión, de acuerdo con su página de Internet, es «proporcionar planificación de contingencias, operaciones y cooperación en materia de seguridad en su área de responsabilidad asignada», que incluye a «Centroamérica, Sudamerica y el Caribe».
«El Comando también es responsable de la protección armada de los recursos militares estadounidenses en estos lugares», añade.
Richardson ha visitado repetidamente el país en los últimos años y supo posar sonriente, en abril de 2022, junto a CFK en la oficina de la Presidencia del Senado. La entonces vicepresidenta celebró que una mujer hubiera llegado tan lejos en su carrera.
El patio del Tío Sam
Poco después, en enero del año pasado, la militar explicitó los intereses de su país en la región durante una charla en el Atlantic Council, una organización vinculada a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La existencia en América del Sur de tierras raras, enormes yacimientos de litio, petróleo y gas; minerales tradicionales, vastas reservas de agua y la propia Amazonia hacen que «esta región importe y tenga mucho que ver con la seguridad nacional»… de los Estados Unidos.
El fin de semana largo que fue de la Semana Santa al Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas fue rico en definiciones oficiales. El jefe de Estado lo comenzó con una entrevista con CNN en la que definió: «Mi alineación (sic) con los Estados Unidos es independiente de quién esté en el poder, demócratas o republicanos». Alineación sin balanceo, parece. Y lo culminó con un acto de homenaje a los excombatientes en el que usó el reclamo por la soberanía de las islas para exponer una «nueva doctrina» de reconciliación con las Fuerzas Armadas que dejó un regusto fuerte a vieja reivindicación de la dictadura.
En esa ocasión acertó al afirmar que «para que una nación soberana sea respetada hay dos condiciones esenciales: debe ser protagonista del comercio internacional y debe contar con Fuerzas Armadas capaces de defender su territorio frente a cualquiera que intente invadirlo». Esto, que pudo parecer pero no fue una bravata dirigida al Reino Unido, va en línea con la decisión de gastar unos 600 millones de dólares en la compra de 24 aviones F-16 usados, de fabricación estadounidense, algo que podría objetarse por casar mal con su mantra de que «no-hay-plata» y por basarse más en consideraciones políticas que técnicas, pero que no es en sí mismo un error de concepto.
Javier Milei, un Roca de segunda selección
El acto oficial por Malvinas dejó otra definición: Milei se autopercibe como un Julio Roca contemporáneo. Más allá de la condena moral que le corresponda al cordobés por la sangría de la Conquista del Desierto –repudiable, como deben ser esos juicios, en base a las propias concepciones de testigos de esa época y no de esta–, aquel fue el presidente de la construcción del Estado, de la ley de educación común, gratuita y obligatoria, del matrimonio civil, de la doctrina Drago contra el uso de la fuerza militar para el cobro de deudas, del rechazo a la injerencia estadounidense en el país y, a pesar de la enorme asociación comercial con el Reino Unido, del primer reclamo por la soberanía de Malvinas. ¿Existe en esta galaxia algo más opuesto al paleolibertarismo nativo? Milei hace de la figura de próceres liberales como Roca y Juan Bautista Alberdi una malversación equiparable a la del chavismo con Simón Bolívar.
«Afinidades naturales»
No se sabe si Milei recibió a Richardson en Ushuaia o si fue al revés, pero, como sea, el encuentro escenificó un alineamiento que el mandatario expresó de viva voz.
«Los argentinos, como pueblo, tenemos una afinidad natural con Estados Unidos», sobre todo en momentos en que «Occidente corre peligro», le dedicó a la generala. «El mejor recurso para defender nuestra soberanía es reforzar nuestra alianza estratégica con Estados Unidos y con todos los países que abrazan las causas de la libertad», añadió. Esto lleva a una anécdota y a un problema de fondo.
Lo primero hace al inexplicable fenómeno que lleva al presidente cosplayer a vestirse de fajina cada vez que se aproxima o cruza el río Colorado. El sarcasmo es el humor de los desahuciados.
Javier Milei, camuflado, durante una visita a Bahía Blanca y en su reciente viaje a Ushuaia.
Lo segundo hace a su aparente creencia de que Estados Unidos puede ser neutral en la disputa con Londres por las islas del Atlántico Sur, inocencia que le cupo a Leopoldo Galtieri en 1982 y, más cerca en el tiempo, a Carlos Menem y a Mauricio Macri.
Pensando bien esta cuestión, la otra posibilidad es que Milei no tenga un verdadero interés en la causa Malvinas. Esto ha sido perceptible en la ignorancia con la que manejó su promesa –hoy, al parecer dejada de lado– de trasladar la embajada en Israel a Jerusalén, algo que supondría un reconocimiento de los derechos adquiridos que da conquistar territorios e implantarles una población. También, en los tropiezos verbales de su canciller, Diana Mondino, quien mezcló «deseos», «intereses» y «derechos» de los kelpers, y también lo fue el propio jueves a la noche, cuando el Presidente –vestido para la guerra– susurró de manera intermitente la Marcha de las Malvinas. Parecía el viejo Messi, que no sabía el himno.
Milei, Richardson y Melella
Mientras evalúa si se anima o no a reclamarle a China una «inspección técnica» en la base ubicada en Neuquén –destinada en los papeles a la observación del espacio lejano–, Milei le realizó dos obsequios a Richardson. Uno, la ratificación del compromiso de su gobierno con el uso conjunto de la Base Naval Integrada –en rigor, un fruto del albertismo–, que definió como «un gran centro logístico que constituirá el puerto de desarrollo más cercano a la Antártida y convertirá a nuestros países en la puerta de entrada al continente blanco». El segundo, la jubilación definitiva de la iniciativa china de levantar en Río Grande, a través de la empresa Shaanxi Chemical Group, una base multipropósito –industrial y portuaria– con una inversión de 1.250 millones de dólares. Este ha sido un proyecto de sumo interés del gobernador fueguino, Gustavo Melella.
En tanto, ya que de intereses de grandes potencias se trata, no quedan rastros del deseo de Putin de obtener autorización del Congreso para instalar un «Consulado de la Federación Rusa en la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur». Algunas personas suspicaces sospechan que eso, que suponía por el propio nombre de la oficina un reconocimiento del reclamo argentino de soberanía, apuntaba más a hacerse de una base desde la cual observar el Atlántico Sur y la Antártida que a auxiliar a algún ciudadano ruso que pudiera perderse en Ushuaia.
Al fin y al cabo, las bases navales integradas, las multipropósito y los consulados son herramientas para trasladar personal y equipos a un lugar evidentemente interesante.
Todos juegan, ¿y la Argentina?
A la codicia de Estados Unidos, China y Rusia hay que sumar, desde ya, la de otro actor lamentablemente presente en el Atlántico Sur: el Reino Unido.
Con su ocupación de las Malvinas y su base al servicio de la OTAN, Londres obtiene una referencia geográfica desde la cual sustentar sus pretensiones sobre la Antártida.
El extenso litoral marítimo argentino es un tesoro de riquezas económicas y geopolíticas.
La soberanía sobre las Malvinas y demás islas, la necesidad imperiosa de que el Reino Unido desmilitarice y desnuclearice esa zona, la reivindicación de un sector antártico y la existencia de vastos recursos petroleros, gasíferos y pesqueros deberían ser motivos más que suficientes para que los gobiernos argentinos adviertieran allí la existencia de intereses vitales. Sin embargo, no es el caso y la noción de patria que anima a la abrumadora mayoría de los países del mundo se diluye aquí en llamativa consonancia con la persistencia de la decadencia económica.
Pensándolo bien, ¿no tendrán algo que ver una cosa y la otra?