Francisco fue enterrado en su basílica preferida de Roma

(ADN).- «Roma cabeza del mundo». La expresión latina resume a la perfección lo que se vivió este sábado durante el impresionante funeral solemne de Francisco, que atrajo a esta capital —totalmente colapsada y blindada por un evento histórico— a los poderosos del mundo y a una multitud conmovida por su muerte. En total, unas 400.000 personas se acercaron con fervor y gratitud a despedir a Jorge Bergoglio: 250.000 al funeral en la Plaza de San Pedro y otras 150.000 acompañaron el recorrido del papamóvil que trasladó el féretro hasta la Basílica Santa María la Mayor.

El funeral incluso dio lugar a una suerte de último “milagro” del papa Francisco, defensor a ultranza de la cultura del diálogo en un mundo cada vez más polarizado: un inesperado encuentro entre Donald Trump y Volodimir Zelensky. En una imagen publicada por el presidente ucraniano en sus redes sociales, ambos aparecen frente a frente, conversando con confianza, casi en tono de confesión, sentados en dos simples sillas dentro de la Basílica de San Pedro.

“Su última imagen, que quedará grabada en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el papa Francisco, pese a sus graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego descendió a esta plaza para saludar, desde el papamóvil descubierto, a la gran multitud reunida para la Misa de Pascua”, destacó en su homilía el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, quien presidió la solemne misa de exequias.

“A pesar de su fragilidad y el sufrimiento en sus últimos días, el papa Francisco recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida. Y lo hizo con fuerza y serenidad, siempre cerca de su rebaño, la Iglesia de Dios”, expresó el cardenal Re, ante una Plaza llena de emoción. En primera fila, se encontraban los poderosos de la Tierra, entre ellos el presidente Javier Milei, quien ocupaba un lugar privilegiado por ser el presidente del país del Pontífice fallecido. También estaban allí aquellos que, al igual que su amigo, el cartonero Sergio Sánchez, ocupaban siempre el centro de su atención.

Con helicópteros sobrevolando el cielo, zonas inaccesibles rodeadas de vallas y un operativo de seguridad compuesto por más de 11.000 agentes para proteger a las más de 150 delegaciones —entre ellas Donald Trump, Volodimir Zelensky, Emmanuel Macron y los reyes de España—, la jornada, soleada, comenzó al alba.

Incluso algunos jóvenes, con sus bolsas de dormir, pasaron la noche en iglesias cercanas al Vaticano para ser los primeros en llegar a la plaza, que abrió a las 5:30. A esa hora, decenas de ellos, casi corriendo y con banderas en mano, comenzaron a ingresar, radiantes de emoción. En realidad, habían viajado a Roma para asistir a la canonización de Carlo Acutis, el “influencer de Dios”, que se celebraría al día siguiente. Sin embargo, el destino les deparó este evento histórico.

Aunque el Papa había querido una ceremonia simplificada, eligiendo un único ataúd de madera sencilla en lugar de los tres tradicionales (de zinc, roble y ciprés), el funeral de todos modos siguió precisos ritos milenarios. La ceremonia fue tan solemne como la de sus predecesores, con la imponente presencia de presidentes, jefes de Estado, miembros de la realeza, líderes religiosos de diferentes credos, 220 cardenales (entre los que probablemente se encontraba su sucesor), y 750 obispos y sacerdotes, entre ellos muchos argentinos, liderados por el arzobispo de Mendoza, Marcelo Colombo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.

Todo comenzó con una procesión de “sediari”, quienes, con guantes blancos y entre aplausos, transportaron el féretro hasta el sagrato de la Plaza de San Pedro minutos antes de las 10 de la mañana. El libro de los Evangelios, abierto, fue colocado sobre el ataúd por el ceremoniero vaticano. Y los cardenales que en procesión llegaron desde la Basílica se inclinaron ante él, mientras resonaban los bellísimos coros de la Capilla Sixtina.

En una misa en latín, las lecturas y oraciones fueron en diversas lenguas, inglés, francés, árabe, español, portugués, polaco, alemán, chino, siguiendo el espíritu de la Iglesia católica, es decir, “universal”.

Un repaso por su pontificado

La homilía del cardenal Re resumió la vida y el legado de Francisco, al que definió “un papa en medio de la gente, un papa atento a lo nuevo”.

“En esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el papa Francisco ha celebrado tantas veces la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos asegura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre”, dijo al principio, cuando agradeció a todos en nombre del Colegio de Cardenales su presencia.

“Con gran intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo agradecimiento a los jefes de Estado, jefes de Gobierno y delegaciones oficiales venidas de numerosos países para expresar afecto, veneración y estima hacia el Papa que nos ha dejado”, afirmó, en un sermón en el que resaltó que “la masiva manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días, después de su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y corazones el intenso pontificado del Papa Francisco”. Aludió así a las más de 250.000 personas que durante tres días hicieron fila para pasar a despedirse por la capilla ardiente que se instaló en la Basílica de San Pedro.

El cardenal Re, de 91 años y que tiene la delicada misión de dirigir las reuniones pre-cónclave, hizo un pequeño resumen del pontificado de Jorge Bergoglio, electo el 13 de marzo de 2013, a los 76 años, con la experiencia de haber sido durante 21 años primer obispo auxiliar y luego arzobispo de Buenos Aires. Y que antes tuvo diversos cargos de responsabilidad en la Compañía de Jesús.

“La decisión de tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de estilo con la que quiso proyectar su pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de san Francisco de Asís”, recordó.

“Conservó su temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos, con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados”, añadió. “Fue un Papa en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia”, precisó, resaltando luego la revolución que puso en marcha con su forma de ser totalmente diferente.

“Con el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio, que él solía calificar como ‘cambio de época’”, subrayó.

“Tenía gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia. Lleno de calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de forma directa e inmediata”, siguió. “Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy, tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales. El primado de la evangelización fue la guía de su pontificado, difundiendo con una clara impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera Exhortación apostólica Evangelii gaudium”, evocó.

Re también destacó que “el hilo conductor de su misión fue la convicción de que la Iglesia es una casa para todos, una casa de puertas siempre abiertas”. Recordó que Francisco solía recurrir a la imagen de la Iglesia como un “hospital de campaña” tras una batalla, para atender a los heridos. “Una Iglesia decidida y dispuesta a hacerse cargo de los problemas de las personas y de los grandes males que desgarran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada ser humano, más allá de su credo o condición, para sanar sus heridas. Incontables fueron sus gestos y exhortaciones en favor de los refugiados y desplazados”, subrayó.

“También fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres”, agregó Re, al recordar su primer viaje a Lampedusa, “isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar”, una definición que generó aplausos. Asimismo, evocó su viaje a la isla de Lesbos, a la frontera entre México y Estados Unidos, y a Irak en 2021, un desplazamiento “realizado desafiando todo riesgo”. “Esa difícil visita apostólica fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí, que tanto había sufrido por la obra inhumana de Estado Islámico. Fue también un viaje importante para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral”, destacó. “Con la Visita Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó ‘la periferia más periférica del mundo’”, añadió.

“El papa Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre, cualquiera sea la situación de quien pide perdón y vuelve al buen camino”, indicó asimismo. “Misericordia y alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco. En contraste con lo que definió como ‘la cultura del descarte’, habló de la cultura del encuentro y de la solidaridad”, recordó. “El tema de la fraternidad atravesó todo su Pontificado con tonos vibrantes”, añadió. Luego mencionó sus escritos más relevantes, como la encíclica Fratelli tutti, el documento sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común” firmado en Abu Dhabi, y la encíclica Laudato si, dedicada al cuidado de la casa común.

“Imploró la paz”
Ante los poderosos presentes —entre ellos, el presidente ucraniano Volodimir Zelensky, aplaudido al llegar a su zona vip—, el cardenal Re subrayó el constante llamado del papa Francisco a la paz, lo que provocó nuevos aplausos en la plaza. “Frente al estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e innumerables muertos y destrucciones, el papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas”, afirmó.

“La guerra siempre deja al mundo peor de como era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y trágica. ‘Construir puentes y no muros’ es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus dimensiones”, afirmó, con un tono de voz que fue creciendo en intensidad y despertó nuevos aplausos.

“En unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor. El papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: ‘No se olviden de rezar por mí’”, recordó, finalmente. “Querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza”, concluyó, desatando una catarata de aplausos y una profunda emoción entre la multitud.

En un clima de gran recogimiento, y bajo un sol que, a medida que avanzaban las horas, se volvía más intenso —algunos se protegían con paraguas—, tras el rezo del Padre Nuestro en latín, en el momento del intercambio del saludo de la paz, los líderes mundiales se dieron apretones de manos.

Entonces se vio a Trump girar para estrechar la mano de Emmanuel Macron y de otros mandatarios que tenía cerca. Durante la ceremonia, Macron y su esposa, Brigitte, fueron de los que se mostraron más compenetrados, mientras que Lula, admirador del Papa, se dejó ver visiblemente emocionado.

Más tarde, unos 400 sacerdotes distribuyeron la comunión entre la multitud, compuesta en gran parte por jóvenes provenientes de diversos países.

Mientras el silencio era roto por los graznidos de las gaviotas que suelen revolotear en la zona, vino el rito de la “última commendatio” (la última recomendación). Se cantaron después, en medio del tañido de las enormes campanas de San Pedro, las letanías de los santos y llegó el rito de la Valedictio, el último adiós, que pronunció en latín el cardenal vicario de Roma, Baldo Reina.

El final fue una bellísima súplica antigua entonada por patriarcas de las Iglesias Orientales, basada en la liturgia bizantina para los difuntos.

Durante el responso final, el cardenal Re aspergió el ataúd con agua bendita e incienso y rezó para que el el alma del Papa fuera encomendada “a la misericordia de Dios”. En ese momento, se levantó un poco de viento, que movió algunas páginas del libro de los Evangelios. Una imagen escalofriante, que también se había visto al final del funeral de san Juan Pablo II, otro pontífice que lo dio todo hasta el final y que murió en abril de 2005, después de la Pascua, como Francisco.

Cuando, al final de la ceremonia, el féretro fue llevado nuevamente adentro de la Basílica, la multitud, que no sólo estaba en la Plaza, sino también, frente a decenas de pantallas gigantes colocadas en la Vía de la Conciliazione, la Piazza del Risorgimento y Castel Sant’Angelo, estalló en un aplauso larguísimo. Entonces las cámaras del Vaticano enfocaron una enorme pancarta que decía “Adiós, padre, maestro y poeta”, firmado por los “Jóvenes de Scholas”, el movimiento que trabaja para una cultura del encuentro de su amigo José María del Corral y otra, simplemente “Grazie Papa Francesco”.

Nota de la periodista de La Nación en Roma, Elisabetta Piqué.