La política del hombre de a pie ● Daniel Pardo
De forma paulatina, se percibe el desplome de viejas creencias y afloran nuevas reacciones en la política moderna. En este camino, asoma la disquisición sobre la vigencia o no de la clásica dicotomía acuñada durante años en la política: la derecha y la izquierda.
Este planteo comienza a ser desplazado por la necesidad en la sociedad de enterrar viejos estereotipos y dar lugar a un nuevo paradigma en el cual las nuevas formas de la política se correspondan con las pretensiones del bien común.
Los planteos ideológicos regaron el campo intelectual político y permitieron identificar a un partido o a un candidato. Se moldearon estereotipos que cooperaron con un proceso de simple “catalogación”, un proceso simplista que distorsiona la comprensión de la realidad. Además es la herramienta del populismo y la política de división en la sociedad. Lo que representaba un conjunto de ideas de un proyecto político se transformó en una vaga panfleteada prejuiciosa con lógica fascista.
Los apasionados discursos del kirchnerismo terminaron teniendo más peso que los datos reales. Por ejemplo, sobre una de sus más firmes consignas políticas: la desigualdad social. ¿Este gobierno bajó concretamente sus niveles? Es reprochable si no lo hizo; más aún si su fortaleza y legitimidad se levantó sobre ese supuesto compromiso incumplido. La brecha entre el discurso y la realidad se escondió entre arengas encantadoras y frágiles fachadas ilusorias.
Más allá de este panorama, resulta alentador ver algunas reacciones en el mundo que contribuyen a replantearse las prioridades de un gobierno a través de un vínculo más noble y honesto con sus gobernados. Reacciones que rompen con las «categorías» para lograr mayor compromiso en la vocación de resolver los problemas del conjunto.
Bután, por ejemplo, es un país cuya democracia es una de las más jóvenes del mundo y campo de pruebas de uno de los debates más interesantes del pensamiento económico global. Cada decisión que toma su gobierno pasa el filtro de 134 indicadores que consideran la felicidad de sus habitantes. Crearon el indicador FIB (Felicidad Interior Bruta) que se fundamenta en principios como: buena gestión de los asuntos públicos; desarrollo socioeconómico sostenible y equitativo; conservación del medio ambiente; preservación y fomento de la cultura.
Otro caso es el concepto de la «Economía del Bien Común», un proyecto económico promovido por el economista austríaco Christian Felber que pretende implantar y desarrollar una verdadera economía sostenible y alternativa a los mercados financieros en la que necesariamente tienen que participar las empresas.
Si hacemos el ejercicio de trasladar estos nuevos planteos a la realidad rionegrina, varios proyectos del Gobierno no hubieran resistido el menor análisis. Por ejemplo, la aprobación de la utilización de cianuro para la explotación minera a cielo abierto. Claramente no se corresponde con el desarrollo sostenible y la preservación del medio ambiente.
Y sí, hubiera existido una política de estímulo a las empresas que demostraran un compromiso concreto y medible en la sociedad rionegrina; hubiera existido un firme fomento a la consolidación de empresas que elaboran alimentos saludables, acompañamiento a los proyectos económicos sustentables que generen puestos de trabajo, o una fuerte injerencia en el desarrollo de energías renovables en la provincia.
En el ámbito nacional, el protagonismo de Mauricio Macri en la construcción de una identidad política bien definida sobre la valoración que hace la gente de su gestión se postula en esta nueva forma de «medir» las cualidades de un político. No lo valoran por sus discursos, arengas ideológicas, promesas estimulantes, o por su habilidad como prestidigitador de expectativas incomprobables. La gente vota a Macri por lo que hizo. Primero en Boca, luego en la Ciudad de Buenos Aires. Lo eligen por la coherencia entre la idea de cambio que pregona y las acciones concretas.
Mientras los prejuicios ideológicos son la principal herramienta de sus opositores en el «mundo de los slogans», millones de personas que utilizan el servicio de transporte público en la Ciudad ganaron en calidad de vida porque, a través del Metrobus, llegan antes de sus trabajos y tienen, entonces, más tiempo disponible para compartir con sus familias, esparcimiento, o lo que decidan. O la transformación con obras de infraestructura que se hicieron en zonas que estuvieron siempre postergadas; la concepción de juegos inclusivos, postas y estaciones saludables, entre tantas otras acciones que, según los nuevos criterios mencionados, contribuyen a la felicidad, como mide Bután.
Hay un cambio de paradigma en la sociedad que exige el restablecimiento de un verdadero vínculo con el hombre de a pie que ya no soporta más la distancia entre sus necesidades y las prioridades de los políticos que siguen cargando inmensas consignas que ya no soportan sus espaldas.
Daniel Pardo
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