Evita: una mujer en su mito ● Jorge Castañeda
Hace ya sesenta años exactos, la noche aciaga un veintiséis de julio de 1952, el corazón incansable de Eva Perón se paró a las veinte y veinticinco horas, marcando las agujas del reloj en nuestra historia un tiempo fatídico para millones de argentinos, que la amaban en forma incondicional, como nunca antes ni después se viera tal fervor.
Eduardo Luís Duhalde escribió alguna vez que “el pueblo se estremeció acongojado, sin que ese agujero en las entrañas colectivas tuviera nada que ver con el duelo institucional de los locutores de voz impostada ni con el autoritarismo cursi del luto obligatorio”.
Había pasado a la inmortalidad desde aquel lecho de enferma la “Abanderada de los Humildes”, la “Jefa Espiritual de la Nación”, la “Señora”, la “Capitana”, “Evita”.
Ese instante solemne quedó para siempre como una impronta nunca repetida, casi como una marca de fuego en el corazón de muchos argentinos, como su voz crispada arengando al pueblo trabajador a defender el gobierno de su esposo el “Coronel Perón”, su trabajo infatigable en la Fundación que llevaba su nombre, su pasión, su encono contra la “raza maldita de oligarcas explotadores”, las páginas arrebatadas de la “Razón de mi vida”, sus desplantes a los poderosos, su entrega total a la causa de los pobres y de los desposeídos.
¿Acaso no fue ella la que expresó que donde hay una necesidad nace un derecho? ¿No fue Evita la que con voz quebrada por el llanto y ya tocada por el cáncer renunció al cargo de Vice Presidenta de la Nación en un diálogo estremecedor nunca jamás repetido en la historia del mundo entre una débil mujer y una multitud congregada bajo las antorchas del Justicialismo que se lo pedía?
Evita es la suma de sus fragmentos, una e indivisa. La niña infortunada de Los Toldos, la adolescente con sueños de actriz, la heroína de folletines históricos, la enamorada de aquel coronel que quería entrar en la historia grande de la Patria, la dirigente, la trabajadora social, la feminista.
¿Cuántos millones de vivencias –se preguntaba Duhalde- hay entre la piba de provincia, hija de madre soltera, madurada adolescentemente en furtivos romances pueblerinos, y la esplendorosa imagen de primera dama deslumbrando a Europa como una hermosa reina sin corona?
Eva Perón fue muchas cosas pero principalmente una mujer que supo ejercer el poder, que se dio cuenta que tenía adentro de si misma una increíble capacidad de transformar las injusticias de una sociedad perversa, que era necesario dar pelea a los enemigos del pueblo –que son los enemigos de siempre- y sobreponiéndose a todas las circunstancias adversas se supo transformar en la gran artífice que dominó la escena nacional en aquellos años dorados del peronismo.
Nunca dijo que volvería y sería millones. Estaba más allá de las palabras laudatorias como las del poeta José María Castiñeira de Dios y las de otros aedos partidarios; más allá de los cargos honoríficos y del protocolo servil, porque sabía que su obra estaba inconclusa, que peligraba el gobierno de Perón y que sus “grasitas” quedarían desamparados, como se lo expresó antes de morir a su confesor el padre Hernán Benítez.
¿Qué queda en el mosaico de Eva Duarte de Perón? ¿La Evita montonera? ¿La Evita frívola vestida con el boato de pieles y joyas? ¿La Eva oficial de los retratos con su cabello recogido en un rodete? ¿La Señora, al decir de las damas de la Rama Femenina?.
Seguramente ya decantada la historia quedará el mito. Y cada cual verá una parte de la Evita que fue y se reconocerá en ella.
Ha sido y seguirá siendo bandera de lucha de muchas generaciones porque dejó el ejemplo de ser fiel a sí misma, de no traicionar a sus ideas, de trabajar por causas dignas y por saber imponerse a todas las circunstancias, porque si algunos fueron pilotos de tormenta, Eva Perón fue una mujer de batalla que supo poner toda su pasión y su vida al servicio de una causa.
Al decir de Eduardo Luís Duhalde “Sólo donde crezca una mujer de del pueblo, convertida en pasión y lucha, allí renacerá Eva Perón”.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta