Modelos en pugna. ADN
En un mes más, los rionegrinos volvemos a las urnas. Esta vez, en el marco de un proceso electoral nacional, donde se testearán -previo a la general de octubre- las fórmulas a presidente y vice de los frentes políticos nacionales. Pero fundamentalmente, se podrá ver un anticipo de qué modelo de país propuesto tiene más aceptación.
El Frente para la Victoria y Cambiemos lograron aglutinar la mayor parte del electorado. Las demás opciones se desdibujaron, no lograron romper la polarización y ayudaron a confeccionar este escenario de compulsa. En rigor, lo que no interpretaron es éste momento político argentino, basado en la puja entre dos modelos de gestionar un gobierno.
La llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia fue el punto inicial de esta coyuntura. La Argentina venía de un proceso de desintegración social, implosión política y agotamiento de un sistema económico de concentración y exclusión. Asomó la transversalidad, se intentó una concertación y finalmente se consolidó el kirchnerismo, una expresión política con eje el peronismo que abreva de los movimientos nacionales populares y latinoamericanos, donde el rol de Estado es central para la redistribución y la inclusión.
Ese proceso cumple 12 años y ya no habrá ningún Kirchner en la línea de sucesión. El desafío es -para ese espacio- mantener el gobierno. El FpV debe convencer al electorado que las políticas que lo mantuvieron en el poder, seguirán vigentes después el 10 de diciembre.
Para la oposición, la tarea es demostrar que el sistema está agotado, y que requiere cambios.
Hasta ahora, las elecciones previas vienen teniendo un denominador común: salvo excepciones, ganan los oficialismos. Difícil escenario para plantear un cambio. Eso fue leído en el espacio que componen el PRO, la UCR y la CC-ARI. Los discursos que emanan desde allí últimamente, reconocen las bondades sociales del oficialismo, pero critican sus modos. De alguna manera hay una apropiación del discurso kirchnerista remarcando críticas a la política económica (inflación, cepo al dólar, freno al desarrollo de las economías locales), dejando atrás aquellas prédicas vinculadas al republicanismo, la división de poderes y la corrupción.
Si algún licenciado de mercadeo lee este momento, podría tranquilamente denominarlo como «kirchenismo educado». Tal como ocurrió cuando se quiso imponer aquello de «humanizar al capitalismo», está destinado al fracaso.
Lo que está en juego en las próximas elecciones son dos modelos diferentes de país.
Al margen de los discursos y las estrategias de comunicación, la verdadera tensión pasa por cómo se gestiona el Estado. Mientras el oficialismo pretende darle más autoridad, la oposición quiere quitársela. Se vuelve a discutir sobre «la mano invisible del mercado». Y como cada vez que se pone en juego el poder, eso genera apuestas fuertes.
Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias mediarán el humor social. Y en las provincias, como en Río Negro, servirán para graficar todo aquello que hoy es intangible y sólo quienes tienen acceso a encuestas (una herramienta cada vez más criticada) dicen saber: quien gana.
Por un lado, el FpV que propone la fórmula Scioli-Zannini, lleva como candidatos a diputados nacionales a Martín Doñate y Silvia Horne, y trabaja para volver a darle al espacio un triunfo como en 2013. Por el otro, Cambiemos lleva a Sergio Wisky y Mariela Frettes, y tendrán tres boletas nacionales: una encabezada por Macri-Michetti, otra por Sanz-Llach y una más por Carrió-Flores. Buscan sumar bancas y votos a la oposición.
Sin embargo, los dos frentes tienen un subojetivo: Río Negro.
La elección es nacional. Los candidatos locales serán representantes provinciales en el Congreso de la Nación. Pero si el Frente para la Victoria no gana, se desintegra en la provincia. El riesgo es que ante una nueva derrota y con el partido justicialista en ebullición, no haya destino político.
Cambiemos busca, a partir de un buen resultado, resucitar al radicalismo. Wisky proviene de ese partido y el candidato al Parlasur es José Luis Foulkes. PRO y UCR ya trazan un plan conjunto para después de octubre y si logran recrear con éxito el esquema nacional, se encamina en un proceso de alternativa política para 2019.
Ambos proyectos tienen ventajas y desventajas. La instancia favorable es que ninguno compite contra el albertismo que viene de obtener casi el 53 por ciento de los votos en la elección provincial. Juntos Somos Río Negro se autodefinió como un proyecto provincial. No participa en esta instancia. Sin candidatos, el gobernador monitorea para dónde se encamina el respaldo mayoritario. Incluso anticipó que luego de las PASO podría haber un acompañamiento a espacios nacionales, si existiese un acuerdo de gobernabilidad con la provincia. Tarde para capitalizar cualquier resultado actual, pero estratégico pensado a futuro.
En el plano local, el que gana -y si lo hace por una diferencia sustancial- tiene rápido reacomodo y chances de ser oposición real en Río Negro. El que pierde, queda a tiro de cooptación.
Alberto Weretilneck sumará hombres y mujeres que integren su espacio y le den valor agregado. No absorberá sellos ni estructuras ajenas. El tránsito hacia Juntos comenzó esta semana con Marcelo Szczygol. No será el único radical que se sume al gobierno provincial. Y habrá de otros sectores políticos también.
Sin embargo, hay garrochas expectantes a los resultados de agosto y octubre. Muchos se ponen resina en las manos para nos resbalar en el intento. El gobierno no tiene apuro. Aún no asumió formalmente su renovado (y legitimado) mandato.
Este tramo del año está supeditado a la política nacional. Pero su resultado tendrá consecuencias en Río Negro.