Los dilemas kirchneristas en el ballotage porteño
Las verdaderas razones de la neutralidad oficial en el ballotage porteño. Administrar las debilidades ajenas por la carencia de fuerza propia.
La situación planteada en la Ciudad de Buenos Aires con el ballotage entre la fuerza que encabeza Martín Lousteau (ECO) y el PRO de Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta pinta las contradicciones que cruzan tanto a las fuerzas tradicionales opositoras, como al oficialismo.
En el caso de Lousteau, la cuestión es clara: tiene que hacer campaña contra el delfín de uno de los candidatos a presidente de su espacio político. Una muestra de que no tiene diferencias mayores con PRO, del cual es una colectora.
Recibió críticas duras de una parte de la prensa opositora por su decisión de mantenerse en el ballotage, lo que implica poner en riesgo al presidenciable opositor con más posibilidades.
Sin embargo, el debate más interesante y paradójicamente estéril se da en el espacio del kirchnerismo. Allí se desarrolla una disputa que enfrenta a quienes afirman que hay que votar por Lousteau para golpear lo más posible al proyecto presidencial de Macri, y otros que aseveran que se debe votar en blanco porque ambos son candidatos de lo que llaman el “círculo rojo”.
Cada uno califica a su voto de “táctico” o estratégico”, de acuerdo a la grandilocuencia con la que quiera investir su decisión.
Aníbal Ibarra encabeza un grupo de “progresismo puro” incorregible que pretende aplicar la lógica del mal menor (el camino más rápido al mal mayor) y llama a votar a Lousteau contra el “enemigo principal”.
Sin embargo, varios referentes kirchneristas dejaron trascender que optarán por la neutralidad y por seguir cuestionando a ambos dirigentes, decisión que ya habrían tomado en una reunión con la misma Presidenta al otro día de la elección. Intentando mantener la expectativa, el ministro Axel Kicillof afirmó que no van a «hacer ninguna aventura extraña” y Aníbal Fernández, precandidato a gobernador bonaerense por el FPV, sostuvo que “son dos variantes del macrismo”.
La decisión que terminará en el neutralismo tiene una naturaleza mucho más profana que la épica del presunto “abstencionismo revolucionario” con la que se la adorna.
Para el kirchnerismo, jugarse a una (muy difícil) derrota de Larreta sería simplemente ejercer un sciolismo extremo, que puede parecerse mucho un suicidio adelantado de la corriente kirchnerista.
La eventual pérdida por parte del PRO de su centro de gravedad significaría el inmediato encumbramiento del gobernador de la provincia de Buenos Aires. Tendría el camino demasiado allanado hacia la presidencia y equivaldría a todo el poder a Scioli.
El kirchnerismo necesita al polarizador a medida que justifique el “sapo” Scioli, y a la vez le ponga límites.
Las elecciones adelantadas realizadas hasta ahora vienen demostrando en los hechos que los candidatos que pretenden encarnar un peronismo de centroizquierda (o “kirchnerismo puro”) vienen fracasando de manera espantosa.
Quizá, el experimento inaugurado por la actriz “Pinty” Saba en las elecciones primarias a intendente de la ciudad de Mendoza en febrero pasado, ya había dictado el veredicto y transparentado la realidad del “kirchnerismo puro”. El tamaño de su esperanza apenas superó el 5% de los votos.
En las PASO de la Ciudad de Buenos Aires repitieron el “error” y lo multiplicaron por varios candidatos, lo que dividió más aún su magra cosecha electoral.
Luego de esas experiencias se resignaron a candidatos kirchneristas un poco más “sciolizados” (Miguel Pichetto en Río Negro, Adolfo Bermejo en Mendoza, Eduardo Acastello en Córdoba), pero que juraban por el cristinismo eterno y recibían la bendición oficial. Finalmente, apostaron a pelear en una interna dentro del peronismo en La Pampa (Fabián Bruna). Lograron sostener el invicto: perdieron todos sin excepción.
Y estamos hablando de candidatos que contaban con el apoyo del aparato estatal nacional.
Todo esto llevó a bajarle el pulgar a la “aventura extraña” de Florencio Randazzo. Luego de refunfuñar, volvió al deporte que ejerce con un estricto profesionalismo: arrastrarse bajo el eufemismo de la verticalidad. Confesó que votará por Scioli.
Ante la cruda realidad de los resultados, el gobernador de Buenos Aires comenzó con sutiles gestos de “autonomía”, tendiendo puentes hacia Juan Schiaretti, el delasotista ligth ganador en Córdoba y Carlos Verna el ortodoxo triunfador de La Pampa, como antes había hecho con el inefable Menem.
No pasaron ni dos días de la derrota de Mariano Recalde, que Scioli inauguró un local propio en el barrio porteño de San Telmo que desborda de naranja intenso, el color maldito del país kirchnerista.
La eventual derrota del PRO en la Ciudad, implicaría que el kirchnerismo se torne innecesario y los gestos de autonomía de Scioli se transformen en una precoz independencia absoluta que le permita reconstruir el pejotismo con las menores molestias kirchneristas posibles.
De allí la importancia de mantener “competitivo” a Macri, como en cierta medida, en carrera a Sergio Massa.
Luego de la década ganada, el kirchnerismo tiene que pelear su sobrevivencia para no convertirse en un temprano avatar dentro del peronismo, no con la fuerza propia sino con la administración de las debilidades ajenas.
No está en cuestión la épica de un voto táctico, sino la evidencia de una impotencia estratégica.
Fernando Rosso-La Izquierda Diario