La AMIA, el presente y los desencuentros con la historia
(Maximiliano Pedranzini*) La impunidad reescribe la historia. Es casi un imperativo categórico del poder. Habita en el interior de sus hechos corroyendo sus paredes donde están dibujadas las figuras de la verdad. La verdad aparece tiznada repentinamente por el presente, contaminada por las vicisitudes de este tiempo que en vez de aclarar 21 años de injusticia, solo ha servido para colocar un cono de sombra sobre el atentado terrorista más funesto de nuestro país desde el regreso de la democracia en 1983.
Las postrimerías del siglo XX suma a la historia argentina un atentado que golpea la puerta de la especulación política más que el de la justicia, sembrando incertidumbre en un terreno fértil para aquellos sectores que no titubean en utilizar la “muerte” como coartada para sus verdaderos intereses, que en esta coyuntura es la de desestabilizar a un gobierno constitucional elegido por el pueblo. Los últimos acontecimientos así lo demuestran.
El cuestionamiento al memorándum de entendimiento con Irán (de rasgo más ideológico que jurídico), la investigación del ex fiscal fallecido Alberto Nisman carente de sustento probatorio pretendieron patearon el tablero político nacional llevando al gobierno a un precipicio judicial sin retorno.
Las imputaciones de los principales funcionarios nacionales en el que se encontraba la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por supuesto encubrimiento terminaron por demostrar muchas cosas interesantes para tener en cuenta. La primera -quizás la más importante en este contexto- es que el poder mediático demuestra no tener escrúpulos en su lucha por doblegar a un gobierno democrático, persiguiendo este objetivo hasta las últimas consecuencias. La otra es la salida a la luz de una importante facción del poder judicial que, como bien dijera la mandataria, han tenido su “bautismo de fuego” como partido opositor, no solo al gobierno, sino a la misma democracia en el llamado 18F. Este sector de la justicia se ha constituido en la punta de lanza del poder mediático y de sus fines tribunalicios para desgastar al oficialismo en el último tramo de su ciclo político de cara a las elecciones. Nada de lo que haga el oligopolio mediático es premeditado.
Es una estrategia pensada y premeditada y apela -como hemos visto- a instrumentos capaces de hacer daño como son dos de los tres poderes republicanos, uno con mayor capacidad de destrucción que el otro. La historia reciente de América Latina así lo demuestra.
Ahora corriéndonos por unos instantes del eje coyuntural, ¿cuál es el sentido que tiene para nosotros el atentado de la AMIA? Muchos sin duda, que horadan en nuestra memoria buscando la reflexión como santuario donde meditar las atrocidades que causa el terror sobre la vida de un país que aún le duelen las heridas del terrorismo de Estado y el neoliberalismo recalcitrante de las últimas cuatro décadas. La voladura de la AMIA el 18 de julio de 1994 no es la destrucción arquitectónica de un edificio ni la contemplación de sus escombros, sino la aniquilación de la vida que trasciende a la de cualquier colectividad o comunidad religiosa.
Es la vejación de la vida de un país y que lastima su devenir como pueblo que mantiene aún en la retina de la memoria la trágica experiencia de la última dictadura militar, apoteosis del terror, la muerte y el genocidio perpetrado desde las entrañas mismas del Estado, y aunque parezca una analogía forzada es el lugar a donde tenemos que remitirnos necesariamente para comprender el pasado, el de los últimos 20 y el de los últimos 40 años. Ir más atrás no es un capricho o un acto lúdico con los tiempos de la historia sino una manera de espejarnos desde esas dos porciones de nuestro pasado y ponerlas una frente a la otra desde el presente para no perder de vista el delgado hilo que nos conduce a los umbrales de la memoria. Ergo, sin memoria histórica no hay verdad y mucho menos justicia.
El pasado en todas sus tramas se desencuentra con el presente y vemos que este tiempo en el que transitamos perturba y no deja descansar a sus muertos sedientos de justicia en una Argentina semidesértica donde los vivos solo ven oasis de agua en el horizonte. La mutual tiene su representatividad bifurcada, partida por esta contingencia que muestra los rostros híbridos de una comunidad cuyos actores claves se posicionan en sendas políticamente antagónicas. ¿Cómo las víctimas del pasado van a probar el purificarte sabor de la justicia si el poder que debe administrarla está cooptado por corporaciones mediáticas con intereses bien definidos? El relato hipócrita de la “justicia independiente” cae por su propio peso, aunque con este argumento se dirime la disputa por incidir en la opinión pública.
Este escenario aletarga aún más el proceso que viene llevándose adelante para esclarecer el atentado y que solo ha reunido algunas hipótesis y chivos expiatorios (de nacionalidad iraní) que para ciertos sectores ya son verdades inobjetables y una prueba más que suficiente para resolver el caso y terminar con este naufragio judicial sin antes sopesar los hechos y las permanentes irregularidades que ha venido sufriendo lacausa, cuya responsabilidad se encuentra en las fauces dela misma institución judicial y que paradójicamente tuvo como protagonistas a los mismos magistrados que han cajoneado la causa una y otra vez y hoy son venerados como héroes cívicos y garantes de la república.Alguno diciendo con el traje de víctima que aparecerá“suicidado”.Una justicia sin memoria es un cuerpo sin alma, un significante vacío con saco y corbata.
Esta es la impunidad que cada día reescribe un poco de nuestra historia. Que contamina la escena de un crimen y que se repite como si fuera el primero. Cuestión que transitael confín entre la distorsión y el olvido. La tragediade los últimos años no ha aleccionado las prácticas del presente y las generaciones todas comienzan a vislumbrar los tiempos de una farsa que algunos se empeñan en seguir llamando “justicia”.
*Ensayista. Miembro del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Felipe Varela.