El PRO, el peronismo y el territorio
(Por Martín Rodríguez).- Hay un hilo conductor entre la boleta electrónica y la búsqueda de esa mayoría silenciosa que ensaya el macrismo.
La escasa concurrencia militante que acompañó al presidente el 1 de marzo fue delicia de los comentaristas que comparaban la movilización imponente de un año atrás con Cristina y eco de un debate recurrente: ¿le importa al PRO una sociedad movilizada? Si el PRO alienta un enfriamiento de la política, ¿no es contradictorio esperar que “movilice”? El filósofo Tomás Abraham escribió una columna en Perfil apuntando a este nudo: “Hay quienes se aburren, es una pena. Hay tantas cosas hermosas en la vida, que tener un ejecutivo aburrido quizás nos permita apreciarlas más. Nada parece complacernos. Nos quejábamos del narcisismo de Cristina, nos pasamos años hablando de su amor de sí, y ahora nos quejamos de este señor gris que sólo dice ‘todos juntos en equipo’.” Abraham tuvo simpatías coherentes: desde Reutemann hasta Hermes Binner. Pero: ¿es exactamente aburrido Macri?
El breve video del presidente saludando desde el auto a los pocos ciudadanos eufóricos en la vereda, muestra su inesperada desilusión: la democracia pide calle. Su teatralidad pública no la inventó el peronismo, en tal caso la llevó a su límite. El PRO supone que el kirchnerismo se quedó solo con el “activo” social, una minoría ruidosa; y ellos monopolizan los nuevos sentimientos de una sociedad esperanzada pero más silenciosa. Algo de la “reforma política” que impulsa Macri apunta a la “desterritorialización”: por ejemplo con la nacionalización del voto electrónico (que tuvo un uso exitoso en CABA o Salta), cuya tecnología descompone el imaginario romántico de las boletas, fiscales, militantes, etc., en pos de una transparencia que intenta borrar las mediaciones. En campaña Macri movilizó miles de “voluntarios” que fueron fiscales, sobre todo en los municipios “difíciles” del Gran Buenos Aires. Miles de voluntarios que estaban fuera de cualquier radar académico y que fueron, fiscalizaron, ganaron, y se volvieron a sus casas. De casa al voluntariado, del voluntariado a casa. Se presentaban como un “recurso de la sociedad” contra los recursos viciados de la política. Un dato de color para hacer vidrioso todo y que no debemos olvidar: Cristiano Rattazzi era uno de esos voluntarios, nada menos que en La Matanza. Sociedad versus política.
El PRO supone que el kirchnerismo se quedó sólo con una minoría ruidosa, mientras ellos monopolizan los nuevos sentimientos de una sociedad esperanzada pero más silenciosa.
El perfil social de un Macri comunicacionalmente activo tiene un contrapeso de velocidad: lo que muchos de sus funcionarios tardan en conocer el Estado. Se dijo, por ejemplo, que Carolina Stanley arribó al Ministerio de Desarrollo Social de la Nación desayunándose ahí mismo de la existencia del programa “Argentina Trabaja”, un programa que existe desde 2009. O que Martiniano Molina sigue sin hacer pie en Quilmes, luego de que le renunciara su gabinete, y oscila entre la ansiedad por hacer “todo ya” y el deseo de subirse a un crucero a cocinar por un mes en alta mar con licencia. Hay casos que no, de conducción política más férrea y aceitada. Pero es claro que la idea de “militancia” y “territorio” aparece como patrimonio del campo opositor. De hecho, el clima se enrarece y ocurren episodios horrendos como la balacera contra un local de La Cámpora en Mar del Plata o los disparos desde un edificio contra el acto de inauguración de un local de Nuevo Encuentro en Buenos Aires, sobre los que es mejor descartar hipótesis conspirativas, a la vez que exigir a grito pelado que sean investigados. El objetivo político del PRO es aislar al kirchnerismo del peronismo, hacer estallar esa tensión latente; y ese deseo desbocado contrae imaginarios violentos: el recuerdo fresco de las “internas peronistas”.
Todos dijimos que marzo era el mes fatal por lo obvio: las paritarias y el inicio de sesiones parlamentarias, cuando el gobierno se encontraba con los sindicatos, las dos cámaras dominadas por el peronismo, las presiones de los gobernadores en el Senado, etc. Pero empezaron las clases en la provincia de Buenos Aires. La madre de todas las paritarias: la paritaria docente bonaerense, fue el primer logro político del gobierno (aunque no pudo ser “nacionalizado” en tiempo y forma). Baradel, en los años recientes, tenía la cara de Sebastien Chabal (el barbudo rugbier de la selección francesa), la prensa lo mostraba como el ogro que no permitía que los chicos vayan a la escuela. Baradel era el sindicalista-pesadilla de Scioli y las familias bonaerenses. Un ex funcionario de primera línea del sciolismo saliente me dice que incluso en el último noviembre, este noviembre de la elección decisiva, desde Nación “no nos giraban la plata para pagar sueldos”. Entonces: el problema no era Baradel. El acogotamiento entre Nación y PBA tenía razones para todos: “que cobre más impuestos!” bramaban en Balcarce 50, y en La Ñata decían que ellos ya eran sandinistas por el revolucionario revalúo fiscal de las tierras. Y Baradel sufría la “presión de abajo”: en su sindicato (SUTEBA) las listas clasistas hacían cada vez más pie, como en la conducción de la seccional de La Matanza, entre otras. En la tapa de Clarín de este 1 de marzo se destacó que desde 2011 no empezaban en término las clases bonaerenses. Esa tirria entre Nación y PBA fue un signo de los tiempos cristinistas que puede explicar más el ocaso electoral que mil debates teóricos: Cristina y Scioli, ambos del FPV, no pudieron articular un inicio de clases, no pudieron consensuar “eso”. De modo que donde menos se lo esperaba (PBA y sindicato docente) el PRO mostró “muñeca”.
El PRO también son muchos PRO: no sólo está cruzado por las internas económicas, sino también políticas. El ministerio del Interior funge “de pico” como el contenedor del peronismo reciclable. Es ahí donde se habla del “cuarto peronismo” (el peronismo que está dentro del gobierno). “¿Ustedes ven globos acá?” se escucha decir a un joven funcionario de altísimo rango en reuniones ecuménicas.
Cristina y Scioli no pudieron articular un inicio de clases, no pudieron articular «eso»,. De modo que donde menos se lo esperaba, el PRO mostró muñeca.
El universo de las intendencias de la PBA puede agruparse, a priori, en intendentes PRO, radicales, massistas, peronistas y kirchneristas. Tomemos a los primeros, la novedad: los intendentes de PRO están armándose como grupo. Recientemente armaron el Foro de Intendentes PRO en Lanús con el “objetivo” de conformar un anillo alrededor de Vidal para protegerla. Las dos cabezas fuertes de este espacio son Jorge Macri (Vicente López) y Néstor Grindetti (Lanús). Además están los intendentes de La Plata, General Rodríguez, Pilar, Morón, Tres de Febrero, San Pedro, Pergamino, Quilmes, Bragado, Pablo Junín, 9 de Julio, Pinamar, Bahía Blanca, Patagones, Olavarría, Suipacha, Campana, Rojas, Castelli, Tornquist, Rosales, Coronel Suárez, La Madrid, Rivadavia. A la vez, cada liga es un mundo: las relaciones entre Vidal con los massistas, peronistas o kirchneristas puros conforman sistemas complejos con intermediarios y regulaciones. Habría que sumar a esto la legislatura bonaerense, donde Ottavis una sombra ya pronto será. Se diría que nadie tiene poder en la PBA sin usar “la fuerza del otro”: todos ostentan interlocución o llegada “afuera” para afianzarse en el espacio propio (algunos intendentes saben que para llegar a Vidal tienen que pasar por otros intendentes “compañeros” primero). Y es un hecho que los intendentes radicales no vendrían gozando una relación privilegiada con Vidal, quien optó por darle más relevancia al massismo para su gobernabilidad. Hace un mes y medio, en el Foro de Radicales (29/1) comenzaron a acusar recibo de ello, siendo blanco de esto Daniel Salvador, el vicegobernador. Recientemente (24/2) se reunieron en Luján con Peña y Frigerio, y hubo momentos de tensión. “Podemos discutir la táctica, la instrumentación, la velocidad, pero no que somos parte de un equipo que tiene las mismas ideas”, aseguró Peña. Cachi Gutiérrez, diputado nacional y ex intendente de Pergamino, reconoció que existe en su partido un “malestar, vinculado al destrato de parte del Gobierno”.
Hay un tic en el equipo de comunicación oficial: cada vez que leen una nueva “lección” sobre cómo hacer las cosas en la pluma de periodistas y analistas gritan “otra vez nos dan la bienvenida a la política!”. Es cierto que nos podemos pasar la vida describiendo los modos de comunicación, su ruptura de paradigmas (“el nuevo elector” versus el “territorio”), su estilo posmoderno, light, post-político, gerenciador, como lo quieran metaforizar con mayor o menor gracia, pero ahora que son gobierno podemos ver que, “mientras tanto”, los amarelos conforman sus mapas y territorios, son impiadosos sobre la base de sus “consensos” (la detención de Milagro Sala, los despidos, los espejitos de colores a los sindicatos, etc.) y producen el aislamiento del kirchnerismo; todo con poco: con la rienda corta del erario público mezclada a un nuevo estilo de conversación de apariencias horizontales. Luego de tres meses (con radicales y voluntarios dejados atrás) la política argentina es la pulseada entre el PRO y los peronismos, con un bulto de leyes en juego (derogación de ley cerrojo y pago soberano) y la sombra judicial proyectada sobre Cristina. Mucho poder político acumulado en poco tiempo pero a merced de un solo plan económico: endeudarse. La negociación en recta final con los buitres construyó este escenario demasiado “a todo o nada” para los soldados del “Hombre Gris”: ‘deuda o ajuste’ es el reducto de todos los eslóganes contra un peronismo partido.
Ellos tienen a Durán Barba, nosotros tenemos a Sun Tzu, podrían decir en el amplio peronismo, y de paso leerlo: “Un ejército no tiene formación constante, lo mismo que el agua no tiene forma constante: se llama genio a la capacidad de obtener la victoria cambiando y adaptándose según el enemigo.” El peronismo puede darse el lujo de no estar unido, pero nunca de dejar de ser opositor. La sociedad, esa “entidad” a la que tanto invoca el PRO, lo puso ahí.