Crónica de un escritor en su día
(Jorge Castañeda*).- Como el gran don Miguel de Unamuno puedo decir que “en vez de hacer algo que valga, escribo”. La palabra me acompaña desde siempre. Escribir para mí es un oficio y una pasión y soy un eterno agradecido porque la literatura me ha dado todo: amigos, satisfacciones, alegrías. Sin embargo escribir es siempre un acto de tristeza y de soledad. Como Ezequiel Martínez Estrada a veces pienso que soy “un escritor de espléndidas amarguras”. Es que al escribir se goza pero también se sufre mucho.
He publicado catorce libros y muchas colaboraciones. No me apresuro para ver mis escritos en letras de molde porque al decir de Cervantes “no se puede echar libros al mundo como quién fríe buñuelos”. Y a veces cuando dedico alguno de ellos, suelo escribir que “no pretendan mucho de él porque es hijo de mi estampa”, reflejo de mi alma, de mi región y de mi gente; porque como decía José Camilo Cela “la más noble función de un escritor es dar testimonio como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que a uno le ha tocado vivir”. Y también pienso que “el escritor debe comprometerse pero no el concreto terreno político, sino en el más amplio de plantearse con todo el rigor que le sea posible el problema suyo y el de todos los hombres, el de la condición humana en el mundo contemporáneo”.
¿Estoy conforme con lo que escribo? Nunca, siempre me parece imperfecto, tiro bastantes papeles al cesto y corrijo mucho. Acaso no dijo Gabriela Mistral, esa gran desesperada, que “de toda creación saldremos con vergüenza porque ha sido inferior a nuestros sueños. Por eso uno teme muchas veces publicar lo escrito y ruega a los lectores que “no traten de sacar los defectos, porque a veces son las únicas virtudes”.
¿Somos dueños y señores de lo que escribimos? Pocas veces. Tolstoi se quejaba porque había perdido el control sobre Ana Karenina; es que el manantial desaprueba casi siempre el itinerario del río.
Todo escritor es un gran solitario. Mi caso no es la excepción. Unamuno solía decir que “todo solitario es un encarcelado aunque ande libre. Y el desventurado Manuel Altolaguirre al escribir en la prisión pensaba: “ya que no puedo ser libre agrandaré mis prisiones”.
He visto muchos escritores henchidos de vanidad. Sin embargo “yo soy un hombre que en los ratos de vanidad quiere aparentar que sabe algo, pero que en realidad no sabe nada”.
Escribo ahora y hoy porque pienso como Cátulo que me aguarda una larga noche sin fin para dormir. Escribo porque es mi destino. Porque es mi vocación.
Los escritores, dijo alguien, “somos soldados derrotados de una causa invencible”. Y Camus fue más lejos al definirse: “En medio del invierno descubrí que había, dentro mío, un verano invencible”. Ese verano que al escribir nos entibia el alma y calienta la mano para sostener el cálamo.
Baltasar Gracián, ese gran escritor de naderías según Borges, juzgó alguna vez el oficio al decir que “no era tan ignorante que no pudiera escribir un soneto, ni tan imprudente que escribiera dos”. Yo haciéndole caso trato de no abusar mucho de las palabras.
¿Hay un día especial del escritor? Yo creo que todos los días se repite la historia al encontrarse uno con la página en blanco. Y creo que todos los días es el día del escritor.
No importa el estado del tiempo, las contrariedades cotidianas, el estado de ánimo ni las ganas. Cada mañana me levanto y escribo. Sin pensar en publicar ni en que quién me leerá. Escribo para mí mismo. Escribo porque es mi pasión y mandato. Escribo porque no puedo vivir sin escribir.
Soy un escritor, me empeño en ejercer el oficio más triste y solitario del mundo, pero también el más maravilloso.
Escritor-Valcheta