El síndrome de Marcos
Carlos Corach nunca fue jefe de Gabinete de Ministros pero tuvo más poder que Marcos Peña. Y ha logrado un reconocimiento que trasciende el capítulo histórico que pudo coprotagonizar (aunque es injustamente que, para el progresismo absurdo, él cuente con más ponderación que Carlos Menem). En cualquier caso, cierto recuerdo de él fue el disparador de la siguiente columna de Luis Rizzi, que dice: «La cosa ahora pasa por ese 50% de los nuevos ‘ni-ni’, ni macristas ni kristinistas (los peronistas perdonables de Jorge Asis) que son lo que decidirán el nombre del futuro Presidente.»
(Por Luis Alejandro Rizzi*).- Cuenta Carlos Corach que el carisma –difícil de definir- es esa cualidad de la que gozaban Juan Perón, Raúl Alfonsín y Carlos Menem por la que su sola presencia convencía o bien tenía esa otra virtud por la cual quienes se plantaban ante ellos con ideas negativas, terminaban desdiciéndose.
“No podría explicarlo con exactitud», dice Corach, «pero parecería como se combinara la firmeza absoluta en sus convicciones con una naturalidad en el actuar que los hace creíbles”.
Agregaría que, con sus más y sus menos, esos tres personajes de la política argentina fueron protagonistas de su tiempo. Perón lideró un cambio social, Alfonsín fue el fundador de lo que podríamos llamar la “2da. República” y Carlos Menem, tal como Arturo Frondizi 30 años antes, intentaron promover una Argentina distinta, que nunca nació o si se prefiere tuvo apenas una vida efímera.
La crisis de 2001/2002 marcó, en términos de Antonio Gramsci, esa morbosidad que ocurre cuando lo viejo no muere y lo nuevo no puede nacer. Que no es ni más ni menos que la gran “cuestión Argentina”.
Mauricio Macri, el 10/12/2015, fecha que ya parece muy lejana, sucumbió ante esa alternativa, mantuvo vivo lo viejo y no quiso, según el mismo lo dijo, promover lo nuevo, por la inseguridad que se podría haber generado en esa transición tan anhelada como temida.
En verdad, no se sintió a la altura del tiempo.
No se trata de un error, ya que no estar a la altura del tiempo es un tema cultural, nadie podría ser culpado por ello, pero si de una paradoja digna de G.K. Chesterton.
Para Marcos Peña, quien viene a ser la mitad de Macri o tal vez más, tal como escribió Laura Di Marco, lo que llama “la vieja política”, paradojalmente es lo que mantuvo vivo durante esta gestión que viene a padecer -justo en su tramo final- como un grave mal esta crisis económica que se manifestó por una devaluación del 100% del peso, nuestra llamada moneda.
Tal como ocurre con la fiebre en las personas, ésta devaluación, esperada ya que el precio del dólar venia sumando atrasos cuando menos desde 2007, puso al descubierto la sanable gravedad de la cuestión económica y política.
Política porque demostró que el triunfo en las elecciones de medio término no fue aprovechado por el gobierno y si hoy viniera al país un ser desmemoriado o desinformado, pensaría con toda lógica que en esas elecciones ganó la oposición.
A su vez la crisis política que tuvo el fin de semana sábado 01/09 y domingo 02/09 una versión surrealista en la que el propio gobierno se puso en jaque durante más de 48 horas, dejó al desnudo una suerte de crisis económica que más bien se explica por la inexperiencia de un gobierno que hizo lo único que no tenía que hacer, mostrarse asustado.
El presidente del Banco Central de Sudáfrica, Lesetja Kganyago, con motivo de la devaluación del rand que a la fecha toca un 14%, declaró que “…las instituciones importan. Es por eso que no somos Turquía ni Argentina… ni Venezuela, para el caso».
Martin Redrado ya había anticipado que hubo apuro por parte del gobierno en recurrir al FMI, ya que el dinero sobra en el mundo, concepto que ratificó en la Cámara de Comercio Argentino Israelí, en su reciente conferencia del Hotel Embajador.
Él criticó, asimismo, la política del Central que, igual que el gobierno, se dejó jaquear por el mercado, con un alto costo para sus arcas.
Es obvio que este estado de cosas puso en crisis al jefe de Gabinete, Marcos Peña, quien desde el 28/12/2017 asumió un protagonismo desmesurado en la administracion de la economía llegando incluso a decir más o menos que todo estaba bien.
No es fácil desentrañar el objetivo que se tuvo en cuenta en 1994 para crear la figura del jefe de Gabinete de Ministros en la Constitución Nacional. Todo hace suponer que fue un intento para amortiguar los efectos del presidencialismo y, de ese modo, mediante su renovación, generar nuevas y mejores expectativas.
Si analizamos los antecedentes, nadie se destacó en esa función y si se llegó con alguna ínfula como fue el caso de Jorge Capitanich, el tiempo se encargó de desinflarla sin anestesia.
Paradójicamente, quizás quien desde la política mejor desempeñó esa función, fue el ex ministro del Interior, Carlos Corach, quien nunca fue Jefe de Gabinete. Tuvo una notable idoneidad para administrar los tiempos políticos por eso fue uno de las personas que por más tiempo desempeño esa función. Y lo más importante: conservó su prestigio político.
El caso de Peña es complicado ya que al ser considerado parte del Presidente, sean sus ojos, un riñón o medio cerebro, sus crisis son también las crisis del Presidente, con lo que se desvirtúa el carácter de fusible que algunos le adjudican al cargo.
Se entiende la esforzada defensa de Marcos Peña que no solo desdibujó una reforma de gabinete políticamente necesaria que puso también al descubierto lo peor de lo que se dio en llamar “la vieja política”, trasladando irrespetuosamente a la ciencia política los vicios de los políticos.
Parecería que el gobierno, envuelto en su narcisismo, y la UCR en su razonable desconfianza, sólo apuestan a una inesperada serendipia que esta vez no será Carlos Bianchi… poco o nada ha quedado del “affectio coalionistis” de Cambiemos, ahora solo los une el 2019…
La cosa ahora pasa por ese 50% de los nuevos “ni-ni”, ni macristas ni kristinistas (los peronistas perdonables de Jorge Asis) que son lo que decidirán el nombre del futuro Presidente.
*Publicado por Urgente 24
*Abogado especializado en Derecho Comercio, con experiencia en la gestión del aerocomercio.