El 48% de los menores sufren pobreza no monetaria
(ADN).- Casi la mitad de los niños, niñas y adolescentes en la Argentina son pobres desde una perspectiva multidimensional. Esta mirada no tiene en cuenta las cuestiones de acceso a determinada canasta de bienes (pobreza monetaria) sino que evalúa las carencias educativas, de protección social, vivienda adecuada, saneamiento básico, acceso al agua segura y hábitat seguro.
El dato duro -que surge de un estudio de Unicef- es que el 48% de los niños, niñas y adolescentes (NNyA) sufren de al menos una de esas carencias y que en la población total ese número es del 38%. El acceso al agua junto a los problemas de hábitat explican la mayor parte de las carencias no monetarias.
La medición de pobreza no monetaria fue calculada por Unicef en base a los datos oficiales de la Encuesta Permanente de Hogares. “Es necesario que se haga un esfuerzo nacional para que exista una medición oficial de pobreza que tome aspectos no monetarios”, pidió Sebastián Waisgrais, especialista en inclusión social y monitoreo de Unicef y director del documento presentado ayer. La nómina de autores se completa con Jorge Paz, Luis Beccaria, Diego Born, Alberto Minujín y Ana Laura Fernández. Colaboraron con Unicef la Universidad General Sarmiento, el Instituto de Estudios Laborales y de Desarrollo Económico y Equity for the Children.
Cuando en los medios e incluso en la academia se habla de pobreza, por lo general se la asocia a la falta de ingresos suficientes para acceder a una canasta de bienes y servicios esenciales. El último dato del Indec, del primer semestre de este año, marca que el 27,3 por ciento de las personas está en situación de pobreza y que el 4,9 por ciento es indigente. Entre los NNyA, el 41,6 por ciento del total es pobre en la medición monetaria y el 8,1 por ciento es indigente. En ambos casos, la pobreza monetaria en NNyA supera al promedio general. Como las canastas de pobreza e indigencia muestran subas por encima del 50 por ciento anual, se descuenta que la pobreza y la indigencia subirán varios puntos en el segundo semestre.
Unicef calculó que sin tener en cuenta aspectos monetarios, el 38 por ciento de las personas del país sufre al menos una carencia entre educación, protección social, vivienda, saneamiento básico, acceso al agua segura y hábitat seguro. Entre los NNyA, ese porcentaje asciende al 48 por ciento. “Se trata de derechos, y un derecho vulnerado es suficiente para considerar la carencia”, explicaron los especialistas. Si se toman dos o más carencias simultáneas, un indicador mucho más exigente, la pobreza total no monetaria muestra una caída significativa, al quedar en 13 por ciento para la población general y 18 por ciento en NNyA.
El cruce de datos de pobreza no monetaria con el nivel educativo y con los hogares con padres y madres jóvenes es elocuente. La pobreza no monetaria en NNyA supera el 70 por ciento cuando el jefe o la jefa de hogar tiene menos de siete años de educación y desciende al 22 por ciento cuando esa persona completó más de 12 años de educación. Entre jefes y jefas de hogar menores a 25 años, la tasa de pobreza no monetaria en NNyA es del 75 por ciento. En hogares monoparentales, encabezados mayormente por mujeres, la tasa de pobreza de los NNyA es superior a la media, del 49,7 por ciento, y asciende al 56,9 por ciento en el caso de los hogares extendidos.
La desagregación de datos a nivel regional muestra que en el Gran Buenos Aires (GBA) el 58,5 por ciento de los NNyA sufre al menos una privación no monetaria. El dato es muy impactante porque en esa región se concentra un tercio de la población total. La principal privación en GBA es el acceso al agua, seguida del hábitat, protección social y saneamiento. La segunda peor región en términos de pobreza no monetaria es el centro, con el 45,1 por ciento, seguido del NOA (42,2), NEA (37,9) y Cuyo (33,6). En la mejor ubicación está el Sur, con el 29,7, en donde el agua potable no representa un gran problema pero la protección social domina las preocupaciones.
¿En qué consiste la pobreza no monetaria? La privación en educación es falta de asistencia al colegio o asistencia con retraso y la carencia en protección social, problemas laborales y falta de ayuda del Estado en los mayores y falta de ayuda y trabajo en menores. La vivienda inadecuada tiene hacinamiento, piso y techos inadecuados y/o tenencia insegura y el problema de saneamiento básico es falta de un baño o existencia de baño inadecuado. La fuente de agua no segura o presencia de agua sólo fuera de la vivienda consiste en problemas de agua, mientras que vivir cerca de un basural o de una zona inundable implica la ausencia de un hábitat seguro. Los indicadores de pobreza muestran un descenso entre 2006 y 2018. “En el caso de la pobreza monetaria, la reducción más marcada se dio entre 2006 y 2010, para continuar con un suave descenso en los años siguientes”, dice el informe. En este segundo semestre se anticipa un cambio de tendencia, con una suba de varios puntos de la pobreza monetaria.
Siete millones
El estudio de Unicef que mide la pobreza estructural también genera un cruce de datos entre pobreza monetaria y no monetaria. Un 16,3 por ciento de la población total sufre de pobreza monetaria y no monetaria a la vez, mientras que un 11 por ciento de los pobres por ingresos no son pobres en la medición no monetaria. Es decir que del total de 27,3 por ciento de pobres medidos por el Indec en el primer semestre, más de la mitad son además pobres en términos estructurales, ya que sufren privaciones en alguna de las siguientes dimensiones: educación, protección social, vivienda, saneamiento básico, acceso al agua segura y hábitat seguro. En términos absolutos, 7,3 millones de personas no pueden acceder a la canasta básica de consumo y además sufren de alguna privación estructural. De ese total de población “pobre-pobre”, prácticamente la mitad son niños, niñas y adolescentes (NNyA). Se trata del segmento más postergado de la sociedad.
La población que no es pobre por ingresos asciende al 72,7 por ciento del total, es decir, unas 32 millones de personas. Los que no son pobres por ingresos ni sufren una carencia no monetaria son el 49 por ciento del total, unas 22 millones de personas que están en la cúspide de los cuatro estratos medidos por pobreza monetaria y no monetaria. Un grupo de especial interés es el de la población no pobre por ingresos pero pobre según la medición no monetaria. Se trata del 23,4 por ciento del total de la población, son 10,4 millones de personas que si bien son pobres según la medición de Unicef, el Indec no los registra como pobres porque cuentan con el dinero suficiente para comprar los bienes de la canasta básica.
Entre los NNyA, el cuadro empeora en términos socio-económicos. “Se estima que en 2018 alrededor de un 27 por ciento del total de NNyA en Argentina sufren privaciones monetarias y no monetarias a la vez. Tomando en cuenta a la población total de NNyA (unos 13 millones) esto equivaldría a un poco más de 3,5 millones”, alerta Unicef. Por otro lado, hay unos 2,9 millones de NNyA que no son pobres en la medición por ingresos pero sí lo son en la medición de privaciones no monetarias. Esos 2,9 millones de NNyA no son tenidos en cuenta como pobres por las estadísticas oficiales.
“Nos preocupan los valores que está mostrando la pobreza, que sigue teniendo rostro de niñez”, indicó Sebastián Waisgrais, especialista en inclusión social y monitoreo de Unicef y director del estudio presentado ayer. “En lo que refiere a la niñez y adolescencia, vivir en la pobreza durante las primeras etapas de la vida significa no asistir a la escuela o hacerlo con retraso, no tener vestimenta digna y estar privado del acceso al agua potable, a la electricidad, vivir en espacios inseguros y en condiciones de hacinamiento. Estas realidades tienen consecuencias negativas, al igual que la posibilidad de que se reproduzca en la siguiente generación y comprometen el presente y futuro de las niñas y los niños que la viven, así como el desarrollo económico y bienestar social del país”, indica el informe.