El destape. ADN
La elección del domingo pasado certificó lo que se sabía: que el gobierno de Cambiemos se inscribe en los peores de la historia argentina y estaba destinado al fracaso. Sólo los medios de comunicación dominantes y las falsas encuestas sostenían el relato sobre las «chances» de reelegir de Mauricio Macri, pero el termómetro social indicaba otra cosa.
El problema fue que la fantasía fue creída por los mercados, empresarios, el círculo rojo y políticos como Miguel Pichetto que se subió al Titanic. Por eso la derrota provocó un fuerte desconcierto entre los adherentes y militantes del macrismo y el espectro antiperonista, que no podía entender qué había votado la mayoría de los argentinos.
Para ellos, no fueron indicadores: el cierre de empresas y pymes que provocaron desocupación y aumento de la pobreza; la pérdida del poder adquisitivo del sector asalariado y la consecuente recesión; la aniquilación de derechos adquiridos motivo por el que jubilados no acceden a medicamentos; la desinversión en educación, salud, ciencia y tecnología… Para colmo, aumentó el empleo estatal, la inflación nunca se detuvo, no se eliminó el impuesto a las ganancias, las provincias perdieron coparticipación… Y, en ese escenario, el Presidente y sus Ministros no podían moverse sin ser escrachados. Todos debían atravesar protestas y piquetes.
El resultado de ese relato fue el lunes negro. El dólar saltó a 60 pesos y provocó una fuerte devaluación, la tercera de la Era Macri. El Presidente recibió un dólar a 9 pesos el 10 de diciembre de 2015. Pero como en las anteriores corridas, nada hizo -al menos seriamente- para detenerla. El Fondo Monetario Internacional, tutor de la economía argentina, autorizó al Banco Central a intervenir si la divisa norteamericana se salía de las bandas (43-51) y mandó reservas para ese fin. Pero el jefe de la Casa Rosada prefirió el caos.
Los tiempos en la Argentina son frenéticos. Parece que las PASO sucedieron hace meses. Para colmo, el gobierno salió a plantear un paquete de medidas keynesianas, como si las hubiese dictado Axel Kicillof, el ex ministro de Economía al que Pichetto tildó de comunista y sacó el 52% de los votos en la provincia de Buenos Aires.
«Pichetto, compañero querido, 45 años de peronismo para hacerte velar en una sala del PRO». La frase es adjudicada por el periodista Jorge Asís al gobernador tucumano, Juan Manzur, cuando el senador anoticiaba -antes del anuncio formal- a los caciques del PJ su pase al macrismo.
Pero el hombre no se fue solo, arrastró con él a varios dirigentes (la mayoría devaluado) del justicialismo, compañeros de ruta durante el menenismo y el duhaldismo. También al gobernador Alberto Weretilneck.
Juntos por el Cambio sólo ganó Córdoba y la Ciudad de Buenos Aires. En Río Negro, terruño del candidato a vicepresidente, salió tercero- Incluso, en varias mesas perdió con el Frente Nos de Gómez Centurión. Pichetto perdió en su ciudad por 50 puntos y en su mesa no fue el más votado.
Esa debacle casi arrastra al oficialismo rionegrino. Juntos salvó la ropa sólo porque Pichetto ordenó bajar el tramo de senadores de Cambiemos y le allanó el camino al Senado. Las caras de los dirigentes no fueron de fiesta el domingo, por el contrario. Inmediatamente definieron que el «acuerdo está cumplido, ya fue». Ahora, buscarán una nueva estrategia electoral.
El «acuerdo» es con el candidato a vicepresidente de Macri. Weretilneck hizo una fuerte campaña en favor de la fórmula macrista. Pero ya no quiere correr riesgos. Tiene un panorama más claro y sabe que para mejorar los más de 113 mil votos que sacó deberá dejar de distribuir la boleta corte de Juntos con todos los candidatos. Es hora de maximizar el pragmatismo y profundizar el ensamble con el Frente de Todos.
El cambio de dirección responde al resultado, pero también a que hubo una diferencia de casi 50 mil votos de diferencia entre la fórmula de los Fernández y sus candidatos a senadores y diputados, y buscarán colarse en ese universo y profundizar el corte.
Para Juntos, la elección no fue mala, pero tampoco fue la pretendida. Venía de sacar 204.920 votos el 7 de abril con Arabela Carreras, y el domingo solo logró 113.808.
Lo cierto es que el partido del Presidente, en la provincia del candidato a vicepresidente, apenas obtuvo 91.031 votos. «Juntos no traccionó a la boleta Macri-Pichetto» subrayó el jefe de campaña macrista en Río Negro, Juan Martín. El hombre del ministro Rogelio Frigerio no solo metió un pase de factura, sinó que buscó evitar que JSRN se fugue al Frente kirchnerista, exponiendo la situación.
En la Casa Rosada analizan que el acuerdo con Weretilneck dinamitó el frente interno de Cambiemos en la provincia, dejando al radicalismo afuera y promoviendo rencores entre los socios fundadores de la Alianza, que comenzaron cuando el diputado nacional Sergio Wisky (el pato de la boba del «acuerdo») salió a militar el «voto últil» en la elección provincial, perjudicando la candidatura de Lorena Matzen.
Lejos del pase de facturas está la dirigencia del Frente de Todos. Exultantes con el resultado, aseguran que en octubre la diferencia podría ser mayor. Para ellos, la proyección es: dos bancas en el Senado y dos en Diputados.
Una vez que terminen las elecciones habrá un reacomodamiento. En el PJ se viene la expulsión de Pichetto y otros dirigentes que se fueron al macrismo. Con Alberto Fernández en la Casa Rosada la dirigencia del justicialismo volverá a tener recursos para acompañar la gestión provincial y de los municipios.
La gobernadora electa, Arabela Carreras tiene línea directa con el grupo Callo y habla permanentemente con el Instituto Patria. Se preservó del apego de Wereteilneck a Pichetto y se transformó en una de las grandes ganadoras de la elección, porque la transferencia de poder el 10 de diciembre será total. Sin Pichetto en la vicepresidencia, no habrá un «supersenador».
Además, necesitará de toda la ayuda financiera posible, por el estado de cuentas de la Provincia.