¿Por qué no bajan los contagios? El negacionismo
(Por Gabriel Rocca) . – Daniel Feierstein cobró notoriedad en los últimos meses por analizar desde una perspectiva sociológica los problemas que enfrenta la estrategia oficial para frenar, de manera efectiva, los contagios de COVID-19. El investigador señala que la subestimación del mecanismo de negación que las poblaciones desarrollan en situaciones de crisis extremas ha sido una de las claves para explicar estas limitaciones. En esta entrevista con NEXciencia, también analiza el rol de los medios, la oposición política y propone alternativas para revertir la situación.
“Si uno se pregunta: ¿qué se hizo mal desde el punto de vista médico? La respuesta es que no se hizo nada mal. Los tratamientos avanzan, se pertrechó a los sistemas de salud, se agregaron camas, se compraron respiradores, se invirtió en equipamiento, en edificios. La clave para entender cómo, luego de haber empezado tan bien, estamos terminando tan mal, es de carácter eminentemente sociológico”, afirma con vehemencia Daniel Feierstein, doctor en Ciencias Sociales, investigador del CONICET y director del Centro de Estudios sobre Genocidio de la UNTREF.
Desde los inicios de la pandemia, Feierstein viene alertando sobre la necesitad de incorporar una mirada desde las ciencias sociales a la hora de diseñar e implementar las estrategias oficiales para enfrentar al coronavirus. En las últimas semanas, algunos de sus hilos en Twitter en los cuales se preguntaba “¿por qué fracasan todas las estrategias para frenar los contagios?”, se hicieron virales y superaron los 10 mil retuits.
A lo largo del extenso diálogo que mantuvo con NEXciencia, el sociólogo fue marcando algunos errores cometidos por el gobierno y también diferentes características de nuestra sociedad que le imponen obstáculos y límites a las políticas oficiales. Algunas de ellas se encuentran en plena disputa. “Un problema importante es que no estamos aceptando como sociedad ninguna posibilidad, aunque sea ínfima, de redistribución de la riqueza para enfrentar la pandemia y sin ninguna forma de redistribución de la riqueza cualquier medida sanitaria es imposible”, sostiene. Y avanza: “No se le puede pedir al sector gastronómico o a los gimnasios que se fundan, también es necesario acompañar a los sectores más vulnerable que reciben el IFE. Para poder hacerlo, el Estado tiene que tocar ciertos intereses y establecer contribuciones extraordinarias sobre los sectores más ricos o los exportadores que pudieron seguir trabajando normalmente en medio de la crisis”.
Como especialista que se dedica desde hace 30 años al estudio de los genocidios y otras violencias estatales masivas, Feierstein trató de llamar la atención sobre un mecanismo que puede guiar la acción de las personas y que resulta muy habitual en las situaciones de catástrofe: la negación.
– ¿En qué consiste el concepto de negación y cómo opera en este marco de pandemia?
– Dentro de un universo amplio de los comportamientos sociales y su vinculación con una situación de crisis, como implica una pandemia, traté de iluminar uno que me parecía muy importante para entender la situación actual, que era entender el peso que pueden tener los procesos de negación, su estructuración en representaciones negacionistas y cómo eso podía ser consolidado, por alguna de las acciones planteadas. El proceso de negación no es una disfunción, es una estructura protectiva de nuestro aparato psíquico que lo que hace es evitar que tengamos acceso al registro de circunstancias que pueden poner en riesgo nuestra subjetividad. En algunos casos puede funcionar bien. Ahora, en circunstancias de crisis, cuando estamos confrontados con el riesgo de nuestra propia muerte, la de seres queridos y, sobre todo, la ruptura radical de nuestra vida cotidiana, esos mecanismos de negación se pueden volver particularmente dañinos porque nos impiden observar una realidad y, por lo tanto, nos impiden actuar para enfrentar esa situación y nos ponen en peligro. Y eso se estructura con la racionalización de esa forma de negación, que da lugar a un fenómeno de negacionismo, que es cuando tratamos de construir sentidos que ratifiquen esa negación. Entonces, surgen las teorías conspirativas, «la pandemia no existe», «los muertos no son tantos», «la letalidad no es tan alta como dicen», «a mí no me va a tocar», «esto afecta a la gente mayor», distintos mecanismos que aparecen para darle una racionalización a ese proceso de negación.
– ¿Cuáles creés que fueron las acciones del gobierno, durante la gestión de la pandemia, que reforzaron este proceso de negación?
– Yo suelo decir que se sobreestimó el pánico y se subestimó la negación. El pánico puede ser una conducta problemática, puede provocar acciones desesperadas y libres de toda normatividad. Uno lo podría haber pensado para las primeras 48 horas después de decretado el aislamiento, el temor a que la gente se arrojara a los supermercados a pertrecharse de comida y provocar desabastecimiento, por ejemplo. Pero después era obvio que el mayor problema no iba a ser ese. Mas bien hemos visto lo contrario, no aparece el miedo que debería aparecer, el miedo saludable ante semejante nivel de muertes y de contagios y, por el contrario, el sentimiento dominante ha sido la negación muy alimentada por el discurso tranquilizador. Porque si yo estoy en un estado de negación y tengo una autoridad que me dice que está todo controlado, este tipo de lenguaje que tiende a alejar el pánico y a recomponer tranquilidad ratifica la negación.
Otro elemento que sirvió para ratificar la negación es que faltó un acompañamiento simbólico del discurso, que es lo que en comunicación se llama transmisión no verbal, que suele ser mucho más potente que la transmisión verbal. Yo te puedo pedir que te cuides pero, si te lo estoy diciendo mientras hablo con un periodista en un estudio cerrado, los dos sin barbijo y sin distancia, te estoy dando un doble mensaje que también sirve como ratificador de la negación. Esto es, me están diciendo algo pero ni ellos lo creen, porque ni ellos lo actúan. Ahí hay un componente muy importante para entender por qué cobra tanta fuerza la negación. Y, por último, te señalaría la falta de planificación estratégica, lo que podríamos plantear como un cierto incumplimiento de la palabra pública. Si yo te digo que vamos a aislarnos por X cantidad de días pero después te extiendo los días, y después lo extiendo de nuevo y de nuevo, entonces, en esa extensión, pierde credibilidad esa palabra porque ya sabemos que esos días no son tales, porque no sabemos dónde está el final y entonces se va generando una situación de agobio, de cansancio, de hartazgo que tuvo que ver con esta falta de explicitación de un plan estratégico. Que además, cuando se estructuró, tuvo diversos problemas.
– Resulta paradójico que mientras el gobierno brindaba un mensaje tranquilizador -como vos lo caracterizás-, había periodistas y políticos que consideraban, por el contrario, que se desplegaba un mensaje del terror y que era un herramienta para manejar a la sociedad con fines oscuros.
– Eso es muy interesante. Efectivamente, aparecen determinados sectores políticos y determinados medios de comunicación planteando un negacionismo ideológico articulado, ya no es un proceso de negación psíquico sino de otro tipo. Yo recuerdo una frase de Jorge Asís que me impactó mucho, muy reiterada durante todo un mes, que hablaba de “muertos imaginarios”. E incluso decía que no iba a haber más de 500 muertos en 2020 por la pandemia. Me llama la atención la impunidad porque debería haber, aunque sea, un reconocimiento público de su falta de respeto a las familias de los fallecidos, para las cuales los muertos no son imaginarios. Pero, al mismo tiempo, apareció desde algunos especialistas también, un discurso “terrorista” en un sentido contrario que hablaba de bombas virales. Y esas bombas virales no ocurrieron nunca y eso también fortaleció el negacionismo. Me acuerdo del día en que se abrieron los bancos y salió todo el mundo a la calle y se hicieron largas colas. Eso era una bomba viral y Buenos Aires iba a entrar en una situación como la de Brasil. Pasaron quince días y eso no ocurrió. Cuando se autorizan a los runners o las salidas de los niños también aparece el mismo discurso y no pasó nada tampoco. Entonces, esas catástrofes nunca efectivizadas fueron muy fuertes para ratificar el negacionismo. Se generó una situación de “Pedro y el lobo” por la cual cuando el escenario se empieza a complicar y se requiere implementar restricciones en al AMBA, en la primera quincena de julio, había un nivel de destrucción de la confianza pública que impidió que esa medida pudiera ser cumplida cabalmente.
– ¿Cuál es el papel que jugaron la mayoría de los medios de comunicación en esa disputa por el sentido a partir de su sistemático ataque a las medidas de aislamiento?
– Yo creo que el rol fue muy malo pero no necesariamente de un modo tan lineal. Me parece que fue más complejo y más transversal. Más transversal en el sentido de que vos tenías en los medios hegemónicos, quizás, una mayoría de periodistas que empezaron a jugar en esta estrategia de corroer cualquier medida de cuidado pero también había otros periodistas con un discurso mucho más responsable. Y, por otro lado, también tenés periodistas que sí habían jugado una actitud de mayor corrosión, como el caso de Eduardo Feinmann, y que cambiaron su discurso cuando los atraviesa el virus. Me parece que el problema fue más bien otro y fue que muchos periodistas no tuvieron registro de lo que esta crisis producía en ellos mismos a nivel psíquico y, entonces, hubo una transferencia a la audiencia de las propias angustias, hartazgos, temores y negaciones. Es un proceso menos ideológico pero más profundo y que caló muy hondo. Y ahí me parece que el caso más sintomático es Luis Novaresio que ha atravesado momentos distintos en relación con la pandemia desde su terror en el primer mes, hasta su hartazgo a partir de mayo y su enojo a partir de agosto, y en todos los casos transfería a la audiencia lo que le estaba ocurriendo a él y con un nivel de ansiedad que era tremendamente nocivo. Lo que hacía era irradiar ansiedad, angustia, terror. Esto pudo conectar con cierto clima negacionista y me parece que es la tónica más interesante para pensar el rol de los medios.
– Una situación sorprendente ocurre en algunas provincias donde aumentan mucho los contagios pero hay una fuerte resistencia al cierre de actividades porque dicen que la cuarentena ha sido muy larga y no se aguanta más, cuando en esos lugares, el cierre fue muy breve. ¿Por qué ocurre algo así?
– Ese es un gran problema de la sociología: las representaciones que construimos, a veces, pueden tener grandes distancias con los elementos objetivos de la realidad. Y creo que lo que jugó aquí fue el carácter centralista argentino, donde los medios de comunicación irradian hacia todo el país la situación de Buenos Aires. La mesa política de los tres (Fernández, Kicillof y Larreta), elegida por el gobierno nacional, también reflejaba la situación de Buenos Aires. Ahora bien, el AMBA fue lidiando a lo largo de seis meses con la curva de contagios, tuvo una situación muy mala pero que permitió que el sistema de salud resistiera porque, en ese tiempo, se lo pudo recomponer y reforzar.
En el interior del país la situación fue muy distinta. Como se logró suprimir el virus por varios meses, los contagios empiezan a acelerarse en el mes de agosto, con lo cual, el crecimiento es infinitamente más acelerado porque ocurre en un momento de apertura. Y, cuando se requiere un nuevo cierre, pequeño, de 14 días para poder volver a suprimir el virus, el clima político atravesado por la grieta, por el negacionismo, por la irradiación centralista porteña, genera una percepción de la situación que lo impide. Y esa es la disyuntiva en que se encuentran los gobiernos provinciales, sean del signo político que fueren. En muchos casos tienen la voluntad de llevar a cabo estos cierres, que hemos denominado cierres selectivos, planificados, intermitentes y, sin embargo, no tienen las condiciones sociopolíticas para poder hacerlo.
Esto es producto de una representación de la situación totalmente errada pero absolutamente consolidada de “no vamos a tolerar un día más de restricción”. Y esto está generando una situación catastrófica porque en muchas ciudades del país el sistema de salud puede colapsar. Entonces, Argentina se está acercando a tasas increíbles de muertos, de contagios, de letalidad y poniendo en peligro el sistema de salud, situaciones todas que no esperábamos y que no parecían ser el destino de ese primer abordaje tan interesante del primer mes.
– Hoy da la sensación de que revertir este clima social es algo muy difícil. Incluso, se percibe al gobierno nacional y a los gobiernos provinciales como resignados ante esta situación. Pero todavía quedan muchos meses por delante hasta que se aplique una vacuna. ¿Qué acciones pensás que se pueden llevar a cabo?
– Yo planteo dos cuestiones que me parecen centrales. Primero, una estrategia de reducción de daños. Creo que se puede lanzar una campaña ya. Y puede conectar con las personas porque el mayor enojo es con la restricción, no con el cuidado. Por eso, implementar cuidados que no impliquen restricción es algo viable. Lo segundo es revertir ese clima construido de degradación de la palabra pública, de negacionismo, de desconfianza con las medidas de restricción. Creo que, en ese sentido, una propuesta de aislamientos selectivos, planificados e intermitentes puede ser un paso superador de lo que hemos vivido, si se presenta bien. Requiere, en un primer momento, trabajar en modos minimalistas, esto es, con cierres de 5 ó 7 días, en lugar de 14 ó 21, que sería lo ideal. Y para que se recomponga la palabra pública se tiene que cumplir con el cierre y, sobre todo, con la apertura.
Esto es que un gobierno provincial o municipal, según las necesidades, decida cierres muy cortos donde se vea el efecto positivo del cierre y el cumplimiento de la apertura, que puede ir acompañada de una estrategia de reducción de daños. Porque lo que ratificó el negacionismo y este clima social es observar reiteradamente que los pronósticos no se cumplían. Desde las bombas virales que no explotaban hasta los picos que no llegaban, pasando por las aperturas que no se producían. Y se fue entrando en una lógica donde parecía que la única forma de revertir la restricción era la protesta, era enfrentarse al Estado. Y esto puso a la sociedad en pie de guerra con el Estado que apareció en soledad disponiendo medidas de cuidado que aparecían como excesivas y, sobre todo, que incumplía sus propias promesas. Me parece que eso es lo que tenemos que revertir.