Vieja y nueva política
(ADN). – La discusión en el armado de Juntos por el Cambio en Río Negro, volvió a poner en escena la discusión sobre “vieja y nueva política”. Precisamente el principal argumento del PRO y la CC ARI para rechazar las políticas del radicalismo con el propósito de encarar esta etapa electoral, porque más allá de otros posicionamientos varias veces expuestos, a decir de sus protagonistas se quiere terminar con las prácticas de la “vieja política”, posición que otorgó al macrismo y el arismo el patrimonio de lo nuevo, lo moderno, lo ético, mientras que “lo viejo” está en el “otro”, causa de todos los males.
Vale le pena volver sobre este tema que mereció múltiples análisis de politólogos y sociólogos, entre otros, porque sucede un fenómeno muy particular en esta discusión, que nada tiene que ver con un encuadramiento etario de la dirigencia.
Quién dice representar a “la nueva política” no brinda argumentos precisos sobre su posición y deja sin respuestas al acusado de ejercitar la “vieja política”. Lo mismo sucede con el apoderamiento del concepto de República, en exclusiva.
Porqué el debate elude, esquiva y oculta la verdadera pregunta: ¿Qué lo nuevo en la política?
Cuando se argumenta de “lo nuevo” se pretende transmitir desprestigio hacia la clase política y los partidos, en el ejercicio de la democracia, como si el verdadero voto fuera propiedad exclusiva de esta declamada modernidad.
Así es como se traduce en este concepto el significante y el significado de “lo nuevo” en el discurso macrista.
En Argentina también hubo “que se vayan todos” como una expresión expulsiva de la política y los políticos. Aquella consigna nació en uno de los mayores climas de bronca e inestabilidad en el país, pero no produjo ningún cambio. No había basamento ideológico en la propuesta y si falta la idea, todo es circunstancial.
Ante estas adjetivaciones, fundamentalmente del PRO, el radicalismo casi asume con vergüenza el mote. Se interna en su propia historia reciente como para develar, qué hizo cuando gobernó por 28 años en Río Negro para ser enrolados “en la vieja política”.
No tiene respuesta porque en realidad no se anima a preguntarles al PRO y al ARI cómo demuestran que son la “nueva política”, porque indudablemente requiere recorrer los cuatro años anteriores del gobierno de Cambiemos o dar una explicación pública que relacione este discurso con la propuesta de ir a buscar a Miguel Pichetto, para que integre la fórmula presidencial con Mauricio Macri en el 2019.
Se pretende instalar una falta dicotomía. Si el debate es «lo nuevo» versus «lo viejo» se esconde la discusión ideológica que da fundamente a los partidos y a las expresiones sociales, aún en el convencimiento de la necesidad de modernizar estilos, conductas y ética de la política. Lo demás es toda paparruchada.
El discurso de la vieja y nueva política, se instaló en el país como un slogan publicitario, una especie de “se vayan todos” más subliminal, que las personas reproducen socialmente -aun cuando a pocos les interesa la política- de una forma inauténtica: repiten lo que han oído, sin hacer el esfuerzo de llegar a definirse ante hechos que les corresponden como ciudadanos.
No hay nada nuevo en la consigna. En 1914, Ortega y Gasset expuso en el Teatro de la Comedia de Madrid, España, sobre Vieja y Nueva Política, que definía en esos años como una expresión generacional. Al describir el escenario de la vida cotidiana, madrileña aclara: «No es que mintamos —cuando repetimos tópicos—… Lo único de que sinceramente nos percatamos es de que allá, [en] el fondo oscuro e íntimo de nuestra personalidad, [esta] no se siente ligado a esas opiniones que dicen nuestros labios; no son opiniones sentidas, no son, por tanto, nuestras opiniones» y destacó: “Nos proponemos, pues, en la medida de nuestras fuerzas, hacer patria, según la expresión tan usada, trabajar en la formación del espíritu nacional, contribuir a despertar en el individuo la conciencia del mundo social, convertir a los hombres en ciudadanos”. Señaló que “No es posible una política seria sin… [el] conocimiento profundo» de los problemas nacionales.
Nada más lejos de la pretendida «nueva política argentina» que aquellas palabras dichas ya en 1914, por Ortega y Gasset, en Madrid. Bastaría un somero repaso de dichos, conductas y declaraciones de quienes son “lo nuevo”, para desestimarlo.
Qué es la nueva política que se esgrime desde estos partidos de Juntos por el Cambio, que no sea la defensa ideológica del liberalismo económico (porque en derechos sociales y personales no hay “libertad”, hay estricto cumplimiento a conductas conservadoras y religiosas) desconociendo el rol ordenador y regulador del Estado, y que entre otras cosas, criticó la obligación de las cuarentenas, el control de circulación ciudadana, incluso al extranjero, y la oposición a vacunarse contra el Covid, sobre todos de dosis Spuknik V y Sinopharm, porque “son comunistas”. Las vacunas debían ser compradas en EE.UU.
“La nueva política” debería sincerar su discurso porque tiene todo el derecho democrático de representar a un sector de la sociedad que comparte su ideología. Cree en el Mercado más que en el Estado, en la meritocracia, en la apertura sin control de importaciones, en la enseñanza y la salud privada, en el apoyo, en contexto latinoamericano, de gobiernos liberales contra el populismo, con una serie de preceptos que se repiten socialmente y que tiene su correlato en las urnas. En las boletas del cuarto oscuro no hay un partido que se llame “la nueva política”.
Si abiertamente hiciera su campaña y proselitismo bajo estos conceptos neoliberales de centro derecha, todo sería más saludable y esclarecedor para el ciudadano, antes de acusar a otros de “vieja política” y quizás hasta se podrían encontrar las respuestas adecuadas para no aceptar un calificativo despreciativo, porque como dijo Miguel Pichetto el viento es viejo pero sopla fuerte.