Las razones profundas del derrumbe macrista
(Por Ernesto Tenembaum*).- Hace apenas ocho meses, Diego Santilli era el alter ego de Horacio Rodríguez Larreta. Había sido cabeza de la lista de diputados nacionales que triunfó en 2021 en la provincia de Buenos Aires y candidato a gobernador bonaerense fallido en 2023. Era, en fin, una de las caras del proyecto que predicaba la moderación y el consenso. Pese a la derrota de esas ideas, Santilli está de buenas últimamente. Su vertiginoso salto hacia las fuerzas del cielo mejoró su situación política y sus indicadores de imagen subieron. El flamante diputado libertario lo festeja entre los suyos con perplejidad y algarabía. La vida siempre da una nueva oportunidad. Al fin y al cabo, ¿cuál sería el sentido de la política si no es ese?
En ese periplo ha sido acompañado por muchos de sus compañeros. Tal vez el ejemplo más contundente sea el de Silvia Lospennato. La diputada del PRO ganó un lugar destacado en la consideración social por su conmovedor discurso en defensa de la interrupción legal del embarazo. Era, en ese sentido, un personaje muy potente porque expresaba que en un partido como el PRO había lugar para posiciones que defendieran el feminismo y, dentro del feminismo, para defensores del aborto legal.
El 10 de diciembre asumió un gobierno que cerró el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada y lo reemplazó por el Salón de los Próceres, en el que no incluyó una sola mujer. Luego, propuso una Corte Suprema sin mujeres. En un acto con adolescentes, el presidente Milei definió a las mujeres que abortan como delincuentes. “Es un asesinato agravado por el vínculo. Y lo puedo demostrar desde una perspectiva matemática, desde lo filosófico, desde lo biológico”, dijo. En los tres años previos a la asunción de Milei, el Estado atendió cerca de 300 mil mujeres que escapaban de hogares donde su pareja las golpeaba. El programa que servía para eso se llamaba Acompañar y fue desarticulado esta semana.
Esos rasgos del Gobierno seguramente presentaron un dilema para Lospennato. Por ahora, ese dilema fue resuelto de la misma manera que lo hicieron casi la totalidad de los legisladores macristas: defendiendo las propuestas de Javier Milei en el Parlamento y, cada tanto, balbuceando alguna crítica tan temerosa que hay que esforzarse para encontrarla.
Santilli y Lospenato representan apenas dos ejemplos entre decenas. La diputada Silvina Giudici hizo una carrera política gracias a su militancia en contra de las agresiones a periodistas durante el kirchnerismo. A estas alturas, no es necesario enumerar las agresiones contra el periodismo por parte del presidente Javier Milei. Es un fenómeno agresivo, repetitivo, de frecuencia diaria. Sin embargo, la voz de Giudici no se escucha, si es que balbuceó alguna cosa sobre el tema. Giudici pertenece al sector de Patricia Bullrich, que prácticamente se ha sumado a La Libertad Avanza.
Más allá de cualquier mirada moral sobre las decisiones de cada político –que es válida pero no siempre la más interesante–lo cierto es que los recorridos de Santilli, Lospennato, Giudici, Bullrich y tantos otros forman parte de un fenómeno que los excede. Se trata de un torbellino que sacude a todo el mundo occidental, especialmente a las fuerzas pro mercado tradicionales. En la Argentina se está desplegando una variante de lo que ha pasado en el Partido Republicano norteamericano, con el surgimiento de Donald Trump, o en España con la aparición de Vox, y ahora con su hermanito de ultra ultra derecha “Se acabó la fiesta”, y en el Reino Unido, con el surgimiento de la corriente que generó el Brexit, una decisión popular que produjo un desastre económico.
El periplo se podría describir de una forma sencilla. La centro derecha tradicional se vio desafiada en los últimos años por líderes o movimientos que expresaron a sectores sociales que estaban muy enojados con las opciones tradicionales de la democracia. Esos nuevos fenómenos se rebelaban contra todo: la inmigración, los derechos de la mujer y las minorías sexuales, la tolerancia a las minorías sexuales o raciales, el liberalismo político, la democracia. En todos lados empezaron a crecer a expensas de la centroderecha tradicional. Eso generó una tensión. Algunos líderes empezaron a coquetear con los movimientos extremos por miedo a perder votos, o para expresar eso que surgía. Otros resistieron el torbellino, o lo resisten, como pueden. En cada lugar, eso se expresó de diferente modo.
Hubo dos intelectuales que escribieron libros muy agudos y anticipatorios sobre lo que estaba ocurriendo. Uno de ellos, Pablo Stefanoni, publicó “¿La rebeldía se volvió de derecha?” Stefanoni es un politólogo de izquierda que describió en ese texto la manera en que una rebelión ultraconservadora desplazaba a la izquierda como expresión del descontento y sacudía a las democracias. Su libro trascendió las fronteras argentinas. Por esa misma época, José Benegas, un pariente lejano de los Benegas Lynch, se preocupaba por lo que ocurría en los Estados Unidos y describió, a su manera, muy distinta a la de Stefanoni, su propia versión de lo que estaba ocurriendo. Su libro se llamó “Lo impensable: el caso de los liberales que mutan hacia el fascismo”. Los dos textos son muy interesantes para quien pretenda entender lo que está ocurriendo en el mundo democrático.
Esa tensión entre la centroderecha tradicional y su hermano ultra aparece donde uno mire. Esta semana el conservadurismo británico fue aplastado por el laborismo. En la última década, esa fuerza tradicional fue desafiada primero por el movimiento antieuropeísta, al que un enorme sector social dirigía su enojo. Boris Johnson percibió lo que ocurría y se transformó en el líder de esa propuesta. Ganó. Así llegó a primer ministro. Se fue en medio de un escándalo bochornoso. Lo reemplazó una libertaria llamada Liz Truss. Bajó los impuestos. Duró 41 días. Johnson compartía con Milei su audacia y su llamativo peinado. Truss compartía con Milei su credo libertario. Ante el fracaso de ambos llegó Rishi Sunak, un ortodoxo que intentó bajar la inflación, y lo logró: alguien mucho más tradicional. El resultado de toda la experiencia está a la vista. Pero el ultra Nigel Farrace, el promotor original del Brexit, ahora aparece en ascenso, frente a la debacle conservadora.
En España, Isabel Díaz Ayuso se ha radicalizado para neutralizar a Vox. Por eso condecora a Milei, mientras el más moderado Alberto Feijoo se resiste. En cualquier caso, el Partido Popular no puede ganar una elección sin el apoyo de Vox. Pero eso le quita margen de maniobra para sumar a su coalición a las fuerzas regionales. Así, Pedro Sanchez sigue en el poder. En Francia, Marine Le Pen barre con la derecha “civilizada”. En Italia, Georgia Meloni hace lo mismo pero se modera, al menos un poco, cuando llega al poder. ¿Por qué ocurriría algo distinto con el macrismo ante la llegada de Milei? Sin abusar de las comparaciones, algo similar sucedía en los años 30 con el surgimiento de Francisco Franco, Benito Mussolini, y Adolfo Hitler: la derecha democrática se les sumaba dócilmente. Aunque algunos teóricos temen que aquel horror se repita, no es recomendable abusar de comparaciones exageradas.
Ese huracán mundial ha desacomodado a todos, y eso se expresó esta semana en la ruptura entre Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Si se mira desde afuera, todo parece absurdo. Hace menos de un año, Macri postulaba a Bullrich para la presidencia, en contra de las ambiciones de Horacio Rodriguez Larreta. Ahora la trata como una traidora. Patricia se vanagloriaba del apoyo de Mauricio. “Patricia, Patricia, Patricia, Patricia”, repetía, cuando le preguntaban a quién apoyaba el líder del Pro. Ahora lo desafía a su estilo: “No quieren correr con el aparato. Nos cagamos en el aparato”, vociferó esta semana. Pero, ¿cómo? ¿No eran aliados? ¿Qué hubiera pasado si ganaba ella?
Bullrich, en el fondo, le recrimina a Macri que antes de las elecciones fue ambiguo y dio señales de que apoyaba a Milei. El le reprocha que se sumó al Gobierno de Milei por las propias y así desobedeció su autoridad. O sea: “Milei, Milei, Milei, Milei”. Esa es la obsesión de ambos. Y ninguno tiene demasiado derecho al pataleo. Patricia fue la primera que se acercó a Milei cuando chocó puñitos con él en medio de la pandemia en plaza de Mayo. Solo dos dirigentes relevantes de la Argentina se negaron a repudiar el golpe bolsonarista en Brasil: Bullrich y Milei. Solo dos dirigentes relevantes se negaron a repudiar el atentado contra Cristina Kirchner: Bullrich y Milei. Pero cuando Bullrich competía con Milei, Macri decía que era un gran candidato y se reunía con él. Hace años, los desvela lo mismo: Milei, Milei, Milei. Ahora se pelean porque una dice que se va a fusionar y el otro que va a formalizar una alianza. Pero los dos lo apoyan.
Para Macri se trata de un proceso muy complicado en lo personal. El fue el líder, uno de los hombres más poderosos del país. ¿Cómo podría ahora someterse a ese personaje novedoso, extraño, que ocupa su sillón? Para Patricia es más sencillo. Con la audacia que la caracteriza, salta y ya está. ¿Qué importa lo que dijo ayer o lo que dirá mañana? Pero esa fuerza de centro derecha moderada, que repudiaba las agresiones contra la prensa, que se vinculaba con dirigentes como Sebastián Piñeira, Emmanuel Macron o Luis Lacalle Pou, que presumía de ser liberal, respetuosa de los derechos de las minorías, o de la libertad de prensa, ya no existe, si es que existió alguna vez. Ahora va a la cola, dócilmente, de alguien que rompe el Mercosur y cuyos amigos son Trump, Abascal y Bolsonaro.
En las semanas posteriores al triunfo de Milei, el liberal José Benegas publicó un libro sobre el nuevo presidente argentino. “Milei. Todas las respuestas a las preguntas que suscita”: “Se empezó a hablar de ser liberal ‘“solo en lo económico’ –describió—para no tener que defender la libertad de nadie cuando la política de encender hogueras para quien no recibiera la aprobación se pusiera en marcha”, describió, en referencia a otros tiempos, y a éstos.
El ex ministro de Cultura de Macri, Pablo Avelluto, es el único dirigente del PRO que se opuso al apoyo a Milei. “Mi percepción es que si a Milei le va bien, el país será más desigual, con menor acceso y calidad de los servicios públicos. Además, hay que considerar el costado autoritario, el deterioro y desprecio que Milei siente por las instituciones republicanas, la prensa, la libertad de expresión y la diversidad de ideas. Está enfrascado en una megalomanía personal y en lo que se conoce como la batalla cultural. Abraza este ultraderechismo, que incluye ideas reaccionarias contra los gays, el divorcio y otras posturas retrógradas. No se trata solo de la frutillita del déficit fiscal, estás comprando todo ese paquete. Algunos lo harán porque les gusta, otros porque les conviene, otros porque mucha gente lo apoya. Pero también estamos los otros, que no lo compramos”.
Hay gente sensible.
La gente sensible exagera mucho.
Mejor ni escucharlos.