El Barcelona de Marx ● Enrique Nanti

El club Barcelona juega un fútbol socialista, sí señor. No por ello sus talentos individuales se ven menguados en el conjunto, al contrario. Lo colectivo impulsa lo personal cuando la disciplina táctica y el compañerismo rigen un estilo servicial. Juegan como una cooperativa, cooperan cual expresión de camaradería. Uno sobresale cuando todos lo hacen lucirse a uno, lo participan, lo respaldan, y esto no falla. Son socios, se ve que tras años de practicar el mismo repertorio conceptual de juego, diría dogmático, se sienten socios, comunitarios, cumplidores socios por el bien de la mayoría.

Siempre entre once jugadores, son uno, dos o tres los diestros (aunque sean zurdos) que se destacan, pero estos dependen de la totalidad. Si el engranaje del equipo se desgrana y no le alcanzan la pelota a los más habilidosos, sus acrobacias se desvanecen desperdiciadas en el vacío de la improductividad. Atrás, en el medio, adelante, un sube y baja en armonioso bloque los vuelve fantásticos, porque dar cien pases y no acabar en la red contraria no sería competitivo sino vistoso, y la verdad es que ganan partidos.

Lo colectivo no anula lo personal, sino, en todo caso, lo eleva cuando asiste a sus líderes juntando sus atributos. Es decir, cada quien pone la virtud de su tobillo a merced del trote general, y lo hacen desde la cantera, he aquí su fórmula de compromiso; están unidos desde pequeños. El fútbol es, en esencia, un juego de equipo, social, socialista, solidario, y la escuadra culé lo interpreta como una sinfonía de botines magistrales desprovistos de omnipotencia. Son actores de un espectáculo popular sumamente ensayado, y lo consiguen. Esto va para los que confían poco en los demás. Gran lección.

El Real Madrid, en cambio, con sus figuras que figuran pero no dan, constituye una dársena, un grupo de islas con sus egos sobredimensionados, sus dineros ostentosos en un crítico país de desocupados, sus famas y sus insoportables individualismos. Cada uno sugiere una isla, islotes cuya única similitud es el color de la camiseta que llevan puesta y apenas eso; no abanican sentimientos de bandera ni pertenencia más de lo que un contrato obliga. No obstante, alguna de las luces de tanto astro brillante puede ser capaz de obtener buenos promedios, por supuesto, pero esa gloria es única, es personal, de ahí que les cueste esfuerzo abrazarse y besarse después de cada gol. Por otra parte, la inestabilidad de su nivel revela la inconsistencia de no coincidir en lo primordial que es una concepción ideológica de equipo sobre el juego que deben desarrollar. No se les nota escuela sino ambición. Con el Real, los aficionados se sientan a esperar destellos unilaterales que como asteroides fugaces caigan de vez en cuando del cielo, y no la habilidad conjunta. Las diferencias de talento entre grupo y grupo son demasiado evidentes. El Real no parece ser un equipo, porque no puede construirse un rebaño a base de pastores, no es lógico, aunque a veces se triunfe en una disputa.

Llevando el fútbol al terreno político e ideológico, el Real Madrid es la mayor expresión del neoliberalismo donde cada quien se destaca por sí mismo de acuerdo a su sacrificio individual. Todo para mí, yo yo yo, dicen los jugadores del club madrileño para quienes la modestia no pasa de ser una superficialidad, supongo. Mourinho y algunos de sus dirigidos están sobreestimados, me da la sensación. El oro no hace al genio, ¿se entiende?

El FC Barcelona, por su parte, se ve humilde, aun cuando su juego exitoso, ordenado, eficaz, termine siendo soberbio en su desempeño, y millones de euros les sepulten los bolsillos. Éste confirma que aunque las individualidades existen y son necesarias, debe primar el juego de equipo con un alto sentido social del apego. El fútbol y la vida se asemejan; será que se ejecutan con seres humanos al fin y al cabo.

Por ejemplo, el moderado carácter de Messi e Iniesta me impresionan, porque si alguien podría jactarse de la excelencia por lo que hace o factura, son estos dos deportistas de alto rendimiento. La vanidad de Cristiano (aunque sin dudas envidio sus abdominales), o la agresividad sobreactuada de Pepe y etcétera, no sirve y cae mal, no ofrece espectáculo ni mejora las estadísticas; a la luz de los resultados, no funciona frente a los catalanes. Filosofías distintas. El Barsa es más amable, sensible e implicado porque es más social, se me ocurre.

Con el cuerpo humano pasa lo mismo. Pueden el corazón y el cerebro considerarse órganos fundamentales para que el resto del cuerpo siga vivo. Pero ambos dependen de todos y cada uno de los demás órganos por insignificantes que sean. Basta interrumpir el tránsito de una vena para que el conjunto se seque. El cuerpo de las personas es la síntesis de lo que debería ser una sociedad madura, evolucionada y moderna. Cada órgano es socio del otro y se llevan muy bien hasta el final de los días cuando el desgaste los retira de la respiración vital. Ni hablar de la intimidad eléctrica de la mente donde no existe una neurona que no esté relacionada con su vecina. Veo jugar al Barcelona y aprendo humanismo social, socialismo y anatomía, no puedo evitarlo.

Veo al Real Madrid y me acuerdo del mayor director técnico de su estrategia que es el neoliberalismo, ese Dios individual e insensato para el que sólo cabe una competencia: la codicia. ¿Cuál es la entrega que brinda la codicia? Poco me inspiran todas sus estrellas juntas que no hacen a un cielo. Son, pues, ideologías de juego opuestas, suponiendo que el Real tenga alguna, claro. En una prevalece la generosidad y en la otra el egoísmo.

Sólo eso, sólo pensaba que en el fútbol que atesora el Barcelona no diviso un deporte sino un sistema táctico político que de sembrarse en alguna parte alguna vez, esa parte territorial sería un edén. Lo social es más efectivo que cualquier anhelo unipersonal. Oír cantar a un coro resulta más emocionante que oír el ladrido egocéntrico de varios monólogos disonantes. Admiro el juego catalán, pero no tanto por el espectáculo en sí como por la metáfora de bendita convivencia que implica su estilo (sólo Víctor Valdéz, un arquero del montón, desentona).

Sí, lo individual es tentador para una sola criatura, mientras que el progreso y la ecuanimidad no son asuntos de islas sino de grupos asociados. Tiran mejor para adelante las piernas de once bueyes que las de uno solo, por supuesto.

A la vez, acá estoy escribiendo esta trasnochada en completa soledad. Escribir, en apariencia, es un hecho solitario. Sin embargo no existe letra que trascienda si no hay alguien del otro lado que fije su mirada en ella, el lector, ese otro socio anónimo y necesario. Nada subsiste demasiado en soledad, así se percibe; nada llega a existir verdaderamente. Y uno también es lector cuando lee fútbol, cuando comprende que una concepción de equipo social se iguala a un concepto socialista de bienestar generalizado. Comparando, son analogías de vino tinto pero analogías al fin. El golazo sería darse cuenta.

Que cada uno cuide su quintita en un campo atestado de quinteros no conduce más que a una cosecha magra y putrefacta, cuando si hay algo que resume la colectiva solidaridad es precisamente el oficio de la huerta. Una lástima el individualismo.

El Barcelona es un equipo de izquierda liderado justamente por Messi, ese zurdito genial. Y ahora volveré a mirarlo en la tele, volveré a soñar que como ellos juegan, un día también jugará así el mundo. Nadie se salva solo.

 

 

Enrique Nanti

Escritor