La identificación de ser boludos ● Jorge Castañeda
En el Congreso de la Lengua Española reunido en Panamá nuestro poeta nacional Juan Gelman aseveró que “boludo” es la palabra que más identifica a los argentinos. Puede ser. Ya antes el “Negro” Fontanarrosa supo sacar carta de ciudadanía a las llamadas “malas” palabras. Es que razón tenía que no hay palabras buenas ni malas. Las palabras pueden ser luminosas, sonoras, musicales, claras, opacas, traslúcidas, diamantinas; pero nunca buenas o malas. Buenos y malos son los hombres y bueno y malo es el uso que de ellas hacemos, como de todas las cosas en este ancho mundo.
Pero hay otros antecedentes ilustres antes de la opinión de Gelman. ¿Acaso el general José de San Martín en su famosa “Orden General del 18 de Julio de 1819” no dijo que “nos vestiremos con la bayetilla que nos tejan nuestras mujeres y si no andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios”? Es decir que ya en aquellos años casi fuimos pelotudos, o boludos para citar el sinónimo en cuestión.
El escritor Isidoro Blaistein, hoy injustamente olvidado, inmortalizó al boludo en su célebre balada, famosa mundialmente en la voz de Gian Franco Pagliaro, cuya letra glosa las desventuras de un boludo hasta que una mujer le dijo: “Te quiero”. Dicha balada agota casi totalmente las más diversas variedades de boludo y sus actitudes.
A la sombra de los refranes la palabreja ha ganado también su lugar. ¿Ante determinada situación, no se dice acaso que “los piojos y los boludos no se terminan nunca?”. ¿Y no universalizó el Diego al vocablo cuando manifestó que “las hormigas y los boludos están en todas partes? Es decir que no solo son más viejos que Matusalén sino que habitan en todas las partes de este mundo que ya no es ancho pero sigue siendo ajeno.
El siempre recordado Tato Bores soñaba las gratas consecuencias si empezaba a funcionar en nuestro país “la máquina de cortar boludos”. ¡Y cuántas fetas quedarían!!
¿No acertaron los Divididos cuando desde su disco aludían a “la era de la boludez?”. Sin duda que estaban en lo cierto.
¿No hubo también un “gordito bolú” que regalaba camisas al Supremo e imprimía los billetes truchos? ¿No supo decir que en política para pasarlas bien hay que hacerse el boludo? Así también nos va.
¿Hay realmente un “boludo argentino”? ¿O acaso no suena mejor un “che, boludo”? ¿O esto de ser boludos es el nuevo mito que estamos lanzando al mundo? Raro, porque los argentinos somos vivos, muy vivos. Borges, Evita, Fangio, Gardel, el Che, Maradona, Messi, el Papa Francisco y ahora cuarenta millones de boludos.
Habrá también que sugerir a la Real Academia la conjugación el argentinismo “boludear” de tanto uso fatigoso en nuestros días. Todo es boludeo. O casi.
Aclaremos que el vocablo está en plena mutación, pues de ser peyorativo ha pasado a generalizarse como afectuoso y amistoso en el trato cotidiano. Ya nadie se enoja porque le digan boludo.
Es que Valle Inclán solía decir que “los idiomas nos hacen y nosotros (por los escritores) hemos de deshacerlos”. ¿Pero no será que literalmente y sin darnos cuenta o por ser demasiado apresurados o transgresores estamos destruyendo y rebajando las palabras a su acepción más vulgar?
Si como se sabe las Academias solamente recogen las palabras de uso generalizado en el habla popular para incorporarlas al diccionario, deben tener razón. Pero también hay que tener cuidado de no rebajar el idioma incorporando términos efímeros y banales que no hacen otra cosa más que rebajarlo y empobrecerlo.
Yo comparto el viejo apotegma cuando dice que “si se destruyen las palabras se destruyen los conceptos, si se destruyen los conceptos se destruyen las ideas y si se destruyen las ideas se destruyen las costumbres”.
Y no estoy en contra que hasta el boludo tenga su reconocimiento y su espacio, porque como se dice habitualmente “hay de todo en la viña del Señor”.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta