Los tiempos decadentes ● Jorge Castañeda
Desde hace años, debido a la caída de los viejos paradigmas y de las doctrinas devoradas estrepitosamente en el siglo pasado, solo perduran como alternativas aburridas las democracias formales, donde las elecciones no son otra cosa al decir de Carlyle que “un abuso de la estadística”.
Ya poco se diferencian las doctrinas políticas unas de otras porque “las certidumbres humanas se han disuelto en un mundo en el que diferentes sistemas de coordenadas atribuyen sin cesar valores cambiantes” y donde al desplazar la ideas y las ideologías todo es relativo. Y en ese escenario del todo vale la clase dirigente se ve imbuida en su accionar de un espíritu pragmático dictado por la tiranía de las complejas realidades de estos tiempos inciertos y apáticos, donde no hay alternativas sino trabajar para la coyuntura y en la más completa orfandad de ideas rectoras. En realidad se habla mucho de la muerte de las ideologías, pero la crisis es más profunda porque lo que se ha derrumbado han sido los viejos paradigmas a cuya sombra la humanidad se recostó durante varios siglos.
“Las doctrinas han llegado a ser simples temas de juego. No pretenden ya la verdad, sino sólo la distracción. La idea de una verdad absoluta ha desaparecido de la confianza de los hombres. Viven ahora en un mundo cuyo desorden fundamental no entrega más que apariencias e ilusiones. El mundo es absurdo y sin orden, y el hombre está libre en el caos”.
Desde hacía largo tiempo el hombre había querido creer que un esfuerzo paciente conduciría a la verdad y ésta a la felicidad de los pueblos. Pero la verdad de golpe se convirtió en un fénix inasible que renace de las cenizas del error o en un Proteo que sin cesar cambia de forma. Y hoy para los gobernantes, todo problema admite una infinidad de soluciones donde nada es cierto ni está fijo, por eso no se puede contener una nueva realidad que aún ni siquiera podemos vislumbrar en el marco de ideologías y doctrinas del pasado, porque como decía el Jesús de los evangelios “no se puede volcar el vino nuevo en odres viejos”.
René Marill Alberes en un interesante ensayo sobre el siglo XX escribió que desde el colapso de las doctrinas vigentes en el mismo, hoy “por un punto pasan una infinidad de paralelas a una recta. Y sobre las llanuras infinitas donde el hombre vaga sin objeto, sobre las doctrinas que se tornan menos seguras a medida que se rebajan y multiplican, al final de milenarios de humanismo que habían proclamado que una razón absoluta juzga y guía a los hombres, una gran voz pasó sobre los montes y los valles, sobre las semicertidumbres y sobre las dudas, anunciando que la ley del espíritu estaba abolida, que cada cual estaba solo, que nadie podía medir y apoyar su razón en la de otro, que toda verdad admitía una infinidad de contradicciones, y por encima de las ruinas de lo absoluto, esa voz gritó: “El gran Euclides ha muerto”.
Y en esta incertidumbre reside el desgarro ideológico de este siglo que se lleva todo y no paga dividendos: el mundo no es coherente, no hay ideas rectoras ni inquietud intelectual, la razón se divide, pero no se reúne, los políticos son impotentes para fijar sus conocimientos en un programa, y los problemas a nivel global se multiplican peligrosamente aún en las regiones más periféricas; es que ya no hay ninguna esencia inmutable porque las grandes muchedumbres están persuadidas del fracaso que espera a la vuelta de la esquina.
Los países están sufriendo los costos de haber rechazado todos los cánones y paradigmas del pasado, donde la ética ha repelido las reglas de la moral y un pensamiento falaz excluyó los sistemas y las ideas que dieron nacimiento a las grandes causas. Hoy todo es relativo. Y todos los relatos “están limitados por la posición del narrador”.
Expresa Marill Alberes que “el hombre de este tiempo, a diferencia de los griegos que fundaron la civilización del logos y de la palabra en torno a la plaza pública, ha dejado de dar vueltas por ella porque estamos en una época en que no existen ya esas creencias comunes que los agrupan y cada cual mira al mundo desde su propio observatorio, sin confrontar su visión con la de los demás; ya no hay más lugares comunes, ya no existen esas vagas pero sólidas convenciones del pensamiento, a partir de los cuales podían cambiarse nuevas ideas”. Y en ese mismo sentido Brunetière escribió lúcidamente que “ha pasado el tiempo de los sistemas, y por hermosos que sean en adelante una construcción o un palacio de ideas, la confianza de la humanidad no habrá de habitarlos”.
Desde el derrumbe de las ideologías ya no existe un campo común posible para las grandes discusiones. Los puntos de vista personales no pueden ser confrontados con un sistema único de coordenadas universales y cada cual inscribe sobre el mundo la curva representativa de su ecuación, pero ya no la puede medir porque le han borrado la abscisa, la ordenada, y su punto de encuentro.
Y por esa orfandad los políticos ya no son creíbles, las muchedumbres se sienten defraudadas y ocupan las calles de las grandes ciudades con sus reclamos. Las plataformas de los partidos políticos son vulneradas por las decisiones de sus mandatarios que se ven obligados a tomar decisiones de corto plazo y opuestas a sus propias creencias.
En estos tiempos de transición se necesitan nuevos paradigmas y corrientes de pensamiento, pero para eso tiene que despertar nuevamente la inquietud intelectual que siempre fue a la cabeza de los grandes acontecimientos que cambiaron la historia.
Hace falta un nuevo pensamiento que encienda nuevamente una luz de esperanza para todos los hombres.
“¿Y qué es un pensamiento nuevo, brillante, extraordinario? No es, como se imaginan los ignorantes, un pensamiento que nadie haya tenido ni debido tener jamás: es, por el contrario, un pensamiento que ha debido sobrevenir a todo el mundo y que alguien acierta a expresar por primera vez”.
Es irónico que esta nota termine con este texto pues pertenece Boileau, del Prefacio de la edición de las “Sátiras” en el año 1701.
Como siempre fue en la historia de la humanidad donde, verbigracia, la Edad Media dio a luz al Renacimiento, debemos esperar al decir Boileau que esta crisis de valores sin precedentes alumbre un nuevo tiempo más feliz y “arribemos a las iluminadas, espléndidas ciudades del futuro”.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta