La improvisación al poder ● Enrique Minetti
Sólo un imprudente puede decir -como lo hizo el Gobernador de Córdoba- que era impensable que un simple aumento salarial iba a producir la cadena de amotinamientos e insubordinaciones en cadena de las fuerzas de seguridad, con los consecuentes saqueos y muertes producidos en todo el país.
Quien sostuvo semejante afirmación no es un necio, torpe o falto de inteligencia, ni tampoco es una persona que muestre torpeza o falta de entendimiento para comprender las cosas. Por el contrario, es alguien instruido a nivel universitario, profesional abogado, político con una amplia trayectoria, a la sazón Gobernador de una de las provincias argentinas más grandes e importantes. Y como si esto fuera poco, con apetencias de presidenciable.
Ni él ni nadie en su sano juicio podía ignorar las consecuencias que el aumento salarial que diera a su policía -bajo extorsión- produciría tan nefastos hechos de violencia que se irradiaron por las provincias argentinas. Resulta obvio suponerlo. Inmediatamente después de los sucesos de Córdoba todas las fuerzas de seguridad provinciales se preguntaron: ¿Porqué si a ellos les aumentan utilizando esa metodología a nosotros no? Y reprodujeron la misma táctica y estrategia.
Obviamente y con absoluta razón, vendrán todos los demás gremios a peticionar un aumento igual o similar al obtenido por los policías. Claro que -felizmente- no cuentan con las mismas armas para viabilizar sus reclamos y recurrirán a las que, legal y constitucionalmente tienen a su disposición: el reclamo, la protesta, la marcha, la concentración, la legítima huelga. Tal la declarada para la semana entrante por los gremios de trabajadores estatales.
Cabe preguntarse nuevamente: ¿Era impensable que todo esto se produjera? Innegablemente: No. Impensable era que no se produjera. De ahí el título de esta nota.
Tan grave conducta de los uniformados, al acuartelarse y retirarse de las calles dejando de cumplir su función específica generando virtuales zonas liberadas, produjo la consecuente ola de saqueos y las tan penosas como inútiles muertes acaecidas. Otra vez la utilización de las armas y pertrechos que les confiamos para que nos protejan, fueron manipuladas en nuestra contra. Se han utilizado patrulleros provistos por el Estado para protestar en alegres caravanas por las calles. No se ha visto nunca a los trabajadores de salud manifestarse con las ambulancias y las camillas de los enfermos. Tampoco a los docentes con pizarrones y bancos para los alumnos. Ni a los agentes estatales con los autos oficiales, expedientes, computadoras y escritorios. No se puede ni se debe confundir lo que el Estado provee para el cumplimiento de las tareas propias, con bienes personales de libre disposición. El Código Penal tipifica esa conducta como delito.
Deberá determinarse si se trató de una mera casualidad o de una atroz causalidad la circunstancia que estos acontecimientos nefastos se produjeran justamente en ocasión de celebrarse los 30 de años de vida en Democracia, en una suerte de tenebrosa contra celebración.
Se estableció un muy peligroso como irresponsable antecedente al negociar o mejor dicho aceptar las peticiones de los alzados contra la autoridad establecida bajo presión, sin exigir que se levanten previamente las medidas como condición sine qua non para empezar a conversar. Regla básica de toda transacción democrática.
Lo dicho hasta acá no significa desconocer la justicia del reclamo por el aumento salarial a las fuerzas de seguridad, no. Sin dudas que hacía tiempo que se les debía haber aumentado las remuneraciones. ¿Era necesario esperar la explosión para darnos cuenta que estábamos sentados sobre el polvorín?
Pareciera que ciertas decisiones importantes se toman siguiendo el “efecto Cromañón” donde hubo que producirse la tragedia para que se empezaran a exigir medidas de seguridad en lugares públicos. La política debe anticiparse a los hechos y no ir de furgón de cola detrás de los acontecimientos consumados. Cuando éstos suceden quedan atrapados en el medio los hombres y las mujeres indefensos que han confiado su destino en los dirigentes políticos. Y cuando éstos toman decisiones deben obligatoriamente medir las consecuencias, tanto inmediatas como mediatas, que las mismas razonablemente habrán de producir.
La política es una actividad orientada en forma ideológica destinada a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar objetivos y el ejercicio del poder para la resolución de conflictos.
También puede conceptualizarse como una manera de ejercer el poder con la intención de resolver o minimizar el choque entre los intereses encontrados que se producen dentro de una sociedad. La utilización del término ganó popularidad en el siglo V A.C., cuando Aristóteles desarrolló su obra titulada justamente “Política”.
El término proviene de la palabra griega polis, cuyo significado hace alusión a las ciudades griegas que formaban los estados donde el gobierno era parcialmente democrático. Cabe señalar que es en esta cultura donde intenta formalizarse esta necesidad humana de organizar la vida social y los gobiernos desde tiempos ancestrales.
Entonces, en eso de organizar la vida social, es desde la política donde se deben trazar las grandes líneas del país querido, un plan de gobierno, el que es sometido a decisión popular y si es apoyado, ya desde el poder debe cumplirse con el mismo, seguir el rumbo trazado y prometido.
Un verdadero conductor-estadista arrastra no empuja.
La acción de gobierno no debe seguir los caminos que le indiquen las encuestas. Si se realizara una encuesta y se preguntara a niños y adolescentes si quieren ir a la escuela a estudiar y el gobierno hiciera lo que indicara el resultado, es muy probable que no tendríamos un solo egresado, un solo maestro, médico, ingeniero o enfermero.
En la célebre revuelta de mayo del 68 los estudiantes pintaban las paredes de París con consignas a través de las cuales expresaban sus pensamientos. Tal vez la más emblemática de todas haya sido “La imaginación al poder”.
ENRIQUE MINETTI